CARNAVAL DE CÁDIZ 2019

Defensa de las pamplinas

Por  7:50 h.

Si se va usted al diccionario de la RAE, que es uno de los libretos más completos que hay aunque las ilustraciones sean de babuchazo, comprobará que una pamplina es una planta herbácea anual, de la familia de las papaveráceas que infesta los sembrados. Yo, que de plantas sólo conozco las de los pies y las de El Corte Inglés y que prefiero las papacochocos a las papaveraceas, me quedo con la definición, que dice, más o menos, que se trata «de una cosa de poca entidad». Y de cosas de poca entidad yo, que el mayor logro de mi vida es haber sido presidente de mi comunidad de vecinos, soy un experto sin necesidad de presentar ningún máster por la Juan Carlos I.

En este corrillo de terapia que es el escribir un artículo de opinión me levanto ante ustedes y (pongo gesto serio de comparsista antes del pasodoble sobre la penúltima desgracia televisada) confieso: me llamo Andrés Latorre («García Latorre, chufla», susurra uno al lado) y me gustan las pamplinas. Que sí, que la cuarteta de Martínez Ares; que sí joé, la metáfora de Juan Carlos; que sí (la que me estás dando), el concepto de Bienvenido… pero llega el cuarteto del Gago y te saca el Aifon Cinquillo y ahí me rindo. O que diga el Perrichi que hay que ponerse «cara al zoo». Ese recurrir a lo absurdo, ese chimpunflas que te hace la cabeza cuando oyes esas tonterías es para mí la magia del Carnaval. ‘Si me pongo pesao, me lo dices’ tuvo un momento sublime: cuando sacaron a Juan en pijama. ¡Qué pamplina, pero si… si el muñeco no.. joé, qué pamplina! Y ya está todo dicho

La pamplina (la güena, güena, de quien sabe hacerla, que nada está más lejos de la pamplina con solera que el chufla) es lo que hace invencible al Carnaval de la calle y su falta lo que provoca ese aspecto encorsetado al Falla. El atacar no ya con lo inesperado, sino con lo que es ridículo, con lo que encaja tanto como un sombrero a un cazón es, ‘pa’ mí, la quintaesencia de la fiesta.

Manel Riu, al que ustedes igual conocen como ‘el catalán del tuiter’ (como si no hubiera más) me preguntaba hace unos años que por qué los cuplés de las callejeras eran siempre tan buenos (y los malos eran mejores todavía) y los del Falla, casi siempre, tan aburridos. «Por las pamplinas, Manel, que es como el pellizco del pasodoble, pero en la mente». Alguno de ustedes me podrá decir que también influye el vino. «Pamplinas de la plaza Mina… pero échame otro moscatel».