BASADO EN UN HECHO REAL, POR JUAN JOSÉ TÉLLEZ

Retrato de Carnaval, con Cádiz como telón de fondo

Por  1:07 h.
Retrato de Carnaval, con Cádiz como telón de fondo

 

El Carnaval es, más o menos, la alegría en la cara de los vencedores del Concurso. La sonrisa en el rostro de una Diosa para quien resulta probablemente imprescindible ser diosa de entre los suyos. El rostro desconcertado de un taxista que intenta escapar del multitudinario laberinto de la plaza Fragela poco antes de que termine el concurso y una muchedumbre le rodea, le llama antipático – «como se lo diga a mi mujer, se va a hartar de reír, con lo simpático que yo soy»-, entre la nocturnidad bulliciosa entre la que lo mismo cabe Canales Rivera que Manolo Santander.

El Carnaval es Fali Pastrana paseando por San Francisco a ver si el Jurado tiene a bien premiarle su coro. Y la apariencia perpleja de un recién llegado, convencido a esas alturas de la noche de que Cádiz no es una ciudad sino un anteproyecto de manicomio.

El Carnaval es que un cable impida que Ubrique y otras poblaciones de la Sierra puedan disfrutar de esa biblia carnavalesca que es la retransmisión del certamen del Falla. Pero también es el rostro de alguien que plancha su tipo para salir con su chirigota ilegal al día siguiente.

El Carnaval también consiste en las habladurías, las últimas controversias, la posibilidad de que ayer sábado no hubiera carrusel de coros en Segunda Aguada pero todos los coristas hicieran piña con el más odiado y el más amado de todos ellos, pregonero de un carnaval que no puede quedar encerrado entre cuatro paredes.

El Carnaval son dos amantes besándose, dos políticos intrigando en la intimidad de los palcos, un famoso retratándose con los frikis o unos frikis retratándose con famosos. Un segurata que no da crédito a que una fiesta pueda despertar el grado de pasión y de picaresca, las ganas de colarse en los recintos cerrados y la vocación de abrirse por parte de unas agrupaciones que están ya hartas de cantar en cuartitos y que huelen de pronto, como leones en las jaulas o morlacos en el chiquero, el aire libre de La Viña o del Pópulo, la querencia de las bateas en el carrusel de la Plaza, carnes de ambigú y de canuto, de coplas chispeantes y de miradas cómplices, de romería civil, de algarabía sin límite, de libertad que guarda un sinónimo en los almanaques, que tiene mucho que ver con los rituales de la luna y del mundo antiguo pero también con la vocación interminable de ser felices, justos y benéficos, como este pueblo de nuevo empezó a hacerlo anoche, después del pregón hermoso, musical y colectivo de Julio Pardo, después de los fastos oficiales, cuando se miró al espejo y descubrió que era el mismo pueblo que hace tres mil años enviaba peces a Beirut y bailarinas a Roma.

Ese es el gran secreto del Carnaval, no se equivoquen. Rabiosamente antiguos, rabiosamente de hoy. Disfrútenlo pero no pretendan entenderlo.