BASADO EN UN HECHO REAL...por Juan José Téllez

Reivindicación ilegal del barrio de Santa María

Por  9:36 h.

Bajo la clandestinidad del franquismo, en España sólo descollaba un partido –clandestino por supuesto—y era el Partido Comunista. El Partido con mayúsculas, le decían, hasta que se estrelló con sus propias contradicciones y con el muro de Berlín. En Cádiz, El Barrio por antonomasia no es el coplero de la mascota José Luis Figuereo, sino el barrio de Santa María, donde él mismo nació en su calle Botica. Fue, en tiempos, uno de los epicentros del Carnaval gaditano aunque en los últimos años se haya visto preterido por la constancia legítima y orgullosa de La Viña, por el Mentidero, El Pópulo, las calles del centro e incluso por el remoto extrarradio de la Segunda Aguada. Este año, las agrupaciones ilegales se acercarán a besar su viejo empedrado pescador y tabacalero, al menos a orillas de la Casa Lasquetty y la Plaza de las Canastas.
Hay que reivindicar, a toda costa, que el Barrio que empieza a recobrar la dignidad obrera de sus inmuebles, termine por incorporarse a la geografía de la fiesta del pecado, como llamó a estos días su hijo Pedro Romero, hoy exiliado en Cortadura. Santa María, no en balde, fue la patria profunda de Antonio Clavaín, aquel corista que sacó con Cañamaque ‘Los esquimales groelandeses’ y que tras la guerra fue cómplice confeso de ‘La Piñata Gaditana’. O la cuna de Antonio Martínez Ares o de Agustín González ‘El Chimenea’, que dejara escrito en sus versos aquella vieja memoria infantil que le llevaba hasta cuando «por la cuesta Las Calesas/ o esquina a Soleá,/ pregonaban con voz gruesa/ ¡tres caballas a real!».
Era el universo urbano donde también el flamenco dialogaba con el carnaval, como bien supo dibujar Javier Osuna en su imprescindible ‘Cádiz, cuna de dos cantes’. Era el barrio de La Perla, de Aurelio, de Chano Lobato y de Pericón, el de la tienda del Matadero y la cuesta de Jabonería que diera nombre en 1998 a un coro inolvidable de Fali Pastrana y de Quico Zamora: «Tirititran, tranteo,/ cantecitos de esta tierra/ de tan dulce melodía,/ por fiestas o por alegría/ en el callejón del Moro/ se fraguaba su compás,/ compás que Manolo Vargas/ aprendió en Santa María».
El territorio cómplice en donde ya en el siglo XIX el desprendimiento de un balcón durante la procesión del Nazareno inspiró una copla carnavalesca que terminó dando cuerpo a un cante de Manuel Torre. El barrio al que rindieron tributo en el año 1980 ‘Los cholos del altiplano’ con homenaje incluido a Pastora Imperio, ha sido reivindicado a porfía por los letristas carnavalescos. Como muestra, ese hermoso botón del maestro Antonio Martín con ‘Los caballeros de la piera reonda’ que imagina «en una azotea/ cerquita del cielo/ estaban Aurelio y Pericón de Cai/ con sus embustes de gracia y salero».
Bienvenidas las cuartetas ilegales a esa frontera dudosa entre el Pópulo y Santa María. Con Carnaval o sin él, El Barrio necesita resucitar de su profundo letargo. Volver a ser lo que fue, a manos de sus propios vecinos. Se lo deben a Cádiz. Pero se lo deben, sobre todo, a sí mismos.