Los cantaores de virtudes

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No
había nada que hacer. Como te cogiera te probaba el pantalón y si a él
se le metía entre ceja y ceja te terminaba probando hasta una faja
enteriza color carne. Todo te quedaba perfecto. Recuerdo una vez que me
probé un pantalón que quedaba yo dentro como una carne mechá de esas
que vienen metías en las redecillas. Casi no podía respirar presionado
por la tela, un sinviví. Mi madre, que vio como yo cambiaba de color
como el semáforo de San Juan de Dio, se atrevió a decir ¿Mire usté, y
luego, con el primer lavao, no encogerá, porque se lo veo un poquito
ajustaíto al niño? Que va señora si esto luego da de sí. Pero no, no
hubo que esperar al primer lavao, aquello dio de sí en ese mismo
instante y me desborde como el río Iro de Chiclana. La cremallera del
pantalón se rompió con la misma facilidad con que se le rompió el casco
al petrolero que naufragó en Galicia. El botón de cierre le impactó en
un ojo al dependiente pelota, pero aún tuerto, el dijo que con la
camisa por fuera aquello me quedaba que ni pintado.

Para
el una camisa siempre era bonita aunque pareciera que había sido tejida
con retales de paños de cocina y le cogía un pespunte al dobladillo del
pantalón hasta con pegamento Imedio si así lograba que tú salieras por
la puerta con la bolsa. Jamás supe si se llevaba comisión o si era así
hasta cuando salía de penitente en La Piedad, que le quiso vender un
chubasquero al Cristo, quillo, por si llueve, si aquí el jurado no
puntúa el tipo.

De todos modos siempre me han
caído simpáticos los pelotas. Lo reconozco. Por eso, cuando el pasado
martes una chirigota, La Pelotera, se acordaba de ellos dije que era el
momento de rendirles sentido homenaje a estos cantaores de virtudes.

Aunque
antes hemos hablado del pelota de mostrador, el pelota tipo de Cádiz es
otro modelo diferente, es un pelota de exteriores. Siempre ha estado
más bien tieso y ese estado de sequedad de monedero le llevaba a
diseñar complicadas estrategias para tomarse un café o un Chiclana de
balde.

El pelota callejero llegaba al bar con
el pelo perfectamente planchado con eau fresh de toilete (agua del
grifo) y con la chaqueta sin ninguna arruga, aunque siempre esta prenda
solía estar «estampada» de lamparones de variados colores. No es que
fueran guarros es que si lavaban la chaqueta se desintegraban de la
cantidad de años que tenía porque el corte era idéntico a las que
salían en el cine mudo.

El pelota ya fuera
haciendo un mandao, contando un chiste, dándote tres palmaditas en la
chaqueta o, simplemente, llamando de don a su objetivo lograba beberse
un café sin pagar o aplacar el hambre con una tapa de albóndigas. Al
fin y al cabo el te daba un servicio y te cobraba por ello. Es la
versión a dos velas del terciario avanzado.

El
pelota era un hábil genuflexador de cabeza. Se inclinaba más veces que
el emperador Hirohito y saludada por la calle hasta a los maniquíes de
la tienda de Vicente del Moral y yo creo que alguna vez, uno que iba de
marinerito de Primera Comunión, le devolvió el saludo. Eran como jefes
de protocolo, pero como de calle peatonal.

El
pelota gaditano siempre se ha sabido tres o cuatro chistecitos y era
entendido en todas las cuestiones, aunque la clave estaba siempre en no
mojarse porque si le daba la razón a uno perdía el café y si se la daba
al otro perdía el pan con manteca. El ajedrez del hambre. Gran dilema
al que encontró pronto solución: el «aro». La palabra «aro» era
perfecta para el pelota. Uno decía po el mejor surtido de yersi de
Cádiz lo tenía Avecilla y el decía… «aro». El otro respondía, anda
ya, hombre, lo tenía Pacheco y el contestaba «aro oé». En estas
discusiones de alta economía aplicada tan de Cádiz el pelota conseguía
con el «aro» que los dos creyeran que les daba la razón.

El
peloteo, al fin y al cabo, es una rama más del arte y Cádiz siempre ha
sido tierra de grandes artistas. El otro día me han dicho que estando
Carnota en el Terraza se le acercó el pelota de las diez y media. El
concejal, educadamente, sabiendo la causa del acercamiento, le dijo
¿qué, un cafelito? y el contestó: Con el Ayuntamiento de Cádiz, sí, aro.