Tutifrutti ofreció en la mañana de ayer una rueda de
prensa en Cádiz acompañado del famoso cocinero Juan Palómez que acudió
a la ciudad para ofrecer una clase magistral en el teatro Falla sobre
confección de ensaladas de escarolas solas, aunque las malas lenguas
señalaban que en verdad Palómez vino a Cádiz para ponerse hasta arriba
de cochinillo en las jornadas de cocina zamorana de El Faro.
Marco
Tutifrutti comenzó su intervención con un vídeo, que es la moda de este
año. Se trataba de un docudrama grabado con cámara oculta donde se ve a
dos jóvenes como tras comprarse dos topolinos en Los Italianos, cuando
están en medio de la calle Ancha, a la altura del Rectorado, descubren
despavoridas como se les está derritiendo la bola y esta se muestra
preocupantemente inestable sobre el cucurucho de barquillo. «Pepi, esto
se derrumba como si fueran las torres gemelas» afirma una. Hay momentos
de tremenda crueldad en la cinta como cuando una de las jóvenes grita
despavorida y aterrorizada cuando ve que el cardo del mantecao
derretido le llega al codo. La cámara, en una escena cercana al cine
gore, ofrece un primer plano en el que se contempla en tiempo real como
la gota de estrachiatela resbala por el antebrazo superando incluso con
desparpajo la correa de cuero que le regaló su novio Josemí. En este
momento nuestro compañero Pepe Landi tuvo que ser atendido al sufrir
una lipotimia tipo vahido por la impresión que le produjeron las
imágenes.
Tutifrutti, tras ofrecerle a Landi un
caramelo de café con leche, siguió su intervención y dijo que Giani, el
de Los Italianos ya ha pedido en la sección de Loza de El Corte Inglés
un presupuesto de platos soperos con cucharillas a juego porque esta
viendo que más que topolino va a vender topolicuao como siga así la
cosa. «Ya lo que faltaba es que no solo perdieramos habitantes, sino
que perdieramos los topolinos» señaló uno calvo que había en la tercera
fila que pa mí que era Román.
El investigador
italiano dijo que en la puerta de Los Italianos se habían llegado a
medir en agosto de este año 47 grados centígrados. Vamo «yo con ese
calor es que no voy ni a una misa a San Felipe Neri» señaló
visiblemente preocupado por el efecto del calentamiento del planeta en
los mantecaos de Los Italianos.
Marco expuso
que a una temperatura de 30º un topolino tarda en derretirse 17
minutos. Teniendo en cuenta que un ciudadano medio con lengua estándar
necesita 122 sorbios para deglutir el helado, hasta ahora se podía
llevar una media de 7,17 lengüetazos por minuto para comerse el
topolino, aunque aclaró que no incluía en este cálculo el barquillo.
El
investigador señaló que como sigan derritiéndose los polos, el Norte y
el Sur, no los de Avidesa, la temperatura irá subiendo por lo que el
Topolino durará cada vez menos tiempo en estado solidomantecoso y
pasará a estado cardichi en menos tiempo, por lo que vamos a coger más
velocidad en la lengua que un caniche bebiendo agua.
En
este sentido señaló que en la Policlínica de Peruggia, donde existe
gran afición también a los topolinos, ya habían sido tratados varios
pacientes con estrés del paladar y esguinces de lengua, mostrando
varias fotos de gente con la lengua inyesá.
Tras
la larga exposición del profesor Marco Tutifrutti tomó la palabra el
chef menudista de Carmona y teórico del miajón Juan Palómez (Tres
estrellas de la Guía de Neumáticos El Vaca) quien presentó la campaña:
«Metelé a Bush el frigodedo en el ojo» con la que diferentes ongs del
mundo van a mandarle al presidente de los Estados Unidos un cargamento
masivo de este helado…a ver si se atora otra vez.
El
famoso chef, que no paró de recibir felicitaciones por su lucida
intervención en el teatro Falla, el templo de los gambones coloraos,
como lo llamó cariñosamente, señaló que en su carta de Primavera-Verano
incorporará incluso en su restaurante Casa Canijo una receta con el
famoso helado gaditano: Será «un cruijente de nabizas sobre crema de
muergos y lichis confitados con su pegote de Topolino en texturas» y
afirmó que «todo lo que se recoja con este plato lo dedicaremos a
comprar un toldo para la calle Ancha para que así los topolinos tarden
menos en derretirse».
Palómez incluso lanzó
una idea bautizada con el nombre «topolinos bajo palio» y es la de
ponerle a cada cucurucho una sombrillita como la que le ponen a los
caballos para así retrasar el efecto mantecao.
El acto finalizó con un topolino de honor que sirvió la Escuela de Hostelería de Cádiz.