A hora que está en entredicho la libertad de expresión, aunque parezca que solo en determinada dirección, me gustaría reflexionar brevemente sobre el uso que de ella hacemos en el Carnaval de Cádiz. Siempre se ha dicho de él que es periodismo cantado y, en mi opinión, hace ya más de una década que coincidiendo con la irrupción de las redes sociales está siendo afectado por el mismo virus que éste y que es un monstruo aún peor que la censura franquista: la autocensura.
La autocensura está presente en mayor o menor medida en todo lo que publicamos, pero también en todo aquello que leemos, escuchamos o vemos en los medios de comunicación. Vengo percibiendo con absoluta incredulidad un terrible proceso de homogeneización de las opiniones, fundamentalmente cuando estas se hacen públicas. Mensajes que son sospechosamente parecidos en personas muy distintas debido a que a todas las opiniones publicadas se les dan dos manitas del barniz de lo políticamente correcto; de lo socialmente correcto. Prohibido discrepar. Te dicen una cosa en la barra de un bar y publican otra bien distinta en el facebook. Postureo, se le dice en Cádiz.
El concurso de agrupaciones del Carnaval de Cádiz hace ya muchos años que viene sufriendo ese mal. La búsqueda del aplauso fácil y de sintonizar con el jurado y el público a partir de prejuzgar que ellos, como tú, están sometidos también al mismo virus de «lo correcto» para el que todavía no tenemos vacuna. Si algún autor se atreve a asomar un pie fuera del tiesto, se va a encontrar con la polémica servida; con una patulea de bienquedistas en las redes que le pondrán etiquetas que no merece, o con observatorios de la verdad única que analizarán su opinión y le indicarán condescendientemente dónde ha cometido el error. Y es que su error es pensar distinto, opinar distinto. Al final lo que estamos creando es un concurso acrítico, irreflexivo, una repulsiva oda al paripé, un concurso refugiado cada vez más en el puñetero metacarnaval porque es de los pocos temas que no hiere la susceptibilidad de nadie. Hemos renunciado voluntariamente al uso pleno de una libertad que tanto tiempo y esfuerzo nos costó recobrar.
Afortunadamente las callejeras apenas están infectadas de este virus (cruzo los dedos) y se permiten, incluso, burlarse de ello, como demostraron de forma genial Los susceptibles el año 2018.
Cádiz, cuna de la libertad. ¿De la libertad? ¡Per cápita de pene! (er Góme dixit).