El chófer de don Blam Blam

Las sin oportunidad

Cuántos versos se han quedado huérfanos de plumas guerreras que sin rimar cuartetas, no pueden decir lo que piensan como mujer, como hembra

Por  7:00 h.

Arrancamos por la tercera parada y esta vez no voy solo en este viaje. De cuero unos guantes acarician el volante, mientras me enseñan cercanos parajes, pero poco visitables. No lleva carmín, hoy se lo ha querido dejar en casa. Tiene un sinfín de versos para contarte, pero celosa los guarda esperando que alguien los rescate. Pensaba que éramos dos, pero no. Su interior albergaba un halo de luz que ya por ser mujer venía marcada, aunque su madre, por ello, ya estaba bastante escarmentada. Hoy las coplas se escuchan con voces femeninas y solo la calidad del repertorio, así como del grupo en sí, dirime en qué lugar estará en el auditorio. Más arriba o más abajo, ya es cuestión de los puntos.

 

Aunque como el Carnaval es el fiel reflejo de la sociedad actual, no es fácil encontrar el equilibrio entre ensayar y maternidad. Y escribo maternidad, porque en la mayoría de los casos los hombres sí hallamos ese momento de ocio con los amigos. Ese disfrute alternativo, fuera de las paredes del hogar que al parecer nos libra de todo mal. Obvio que no se puede meter a todos en el mismo saco, pero que tire el primer papelillo el que esté libre de pecado. Noche tras noche, dejando a los niños, a la mujer, mejor dicho “a la parienta” –que es más carnavalero (nótese la ironía)- mientras un grupo de hombres se esfuerzan por sacar un repertorio para adelante.

 

¡Cuidado! No empezar a ‘inrritarse’ que a ellos no voy a nombrarles ya que este viaje iba por otros parajes, las protagonistas van por otro mensaje. Cuántas poetas se han quedado sin tinta, ni un mísero papel que en borrones se despinta, para soñar con volar en sus letras. Cuántos versos se han quedado huérfanos de plumas guerreras que sin rimar cuartetas, no puede decir lo que piensa como mujer, como hembra. Cuántas alcobas se han quedado solas, varando en la playa la canción más hermosa que jamás se escuchara en el Falla.

 

No hay oportunidad. Y cuando se les da, tienen marcadas el tempo. Como en el trabajo, como en la vida real, como cuando persiguen sueños, tienen que parar y elegir entre el disfraz o una ropa de prenatal. Quedarse a empujar el carrito mientras otros hacen tipo. Parada biológica, el cuerpo debe recuperare. Se bajan las ventanillas para coger aire solas y así el sueño, en la mayoría de veces, se abandona. Si difícil era llegar, retomar complicado se antoja. La esperanza permanece porque algunas lo logran. Otras, asumen su papel de segundonas.

 

Quizás en vez de sumar para llegar al antifaz, conviene repartir cargas y la balanza compensar. Por ello, cuando un grupo de comadres se suben a las tablas -con mayor o menor acierto- y lo hacen para decir adiós, bien por compromisos profesionales, bien porque han sido madres o porque el ritmo ya no puede ser constante, solo queda despedirlas con honores. Eso sí, apoyarlas antes de que sea demasiado tarde, para que vuelvan a sentirse poetas, comparsistas o guerreras, no solo en el Carnaval, sino en el día a día mostrando lo mejor de su ralea. Así se transita en un viaje a su vera y que las que conduzcan, si así lo desean, también sean ellas.