Me refiero a los nacidos en Cataluña. Por si quiere usted dejar de leer aquí. Qué hartura de catalanes, dirá. Más (perdón, de nuevo) este domingo. Eso me digo yo y me espanto. Por qué hartarme de los rusos o los ingleses como si fueran uno. Con el horror que me produce oír “los andaluces”, “los de Cádiz”. Con el espanto que me provoca ver cómo mis vecinos dicen “los moros”, “los chinos”. Hablo de todos aquellos que se consideran mejores (o distintos, que quiere decir lo mismo pero con disimulo) por el lugar en el que han nacido. Hablo de los catalanes y de nosotros.
Hace mucho que considero a Berto Romero (catalán de Cardona) uno de los mejores humoristas en lengua española de los últimos… ¿40 años? Hace un programa, para mí analgésico en este tiempo (como Spotify, la lectura, el cine viejo, las series nuevas, la NBA y un puñado de podcasts). Se llama ‘Nadie sabe nada’. En cada entrega leen preguntas de cualquier oyente. Juegan a crear un consultorio marxista (de Groucho). Una de las veces, era una mujer de Rota. Exageraba el acento, cantiñeaba al hablar, como hacemos, irritantes, muchos de aquí cuando nos ponen un micro, una cámara. Hacía una pregunta pretendidamente graciosa, con tono pretenciosamente jocoso. Buenafuente, copresentador del programa, respondió al tópico con otro: “Qué arte la gente de Cádiz”. O algo parecido. Berto le atajó con algo como: “¿Por qué? ¿Por qué la gente de Cádiz tiene más gracia que la de otros lugares? ¿Eso está demostrado?”. Me invento las frases textuales (está todo en Youtube, ya digo) pero no el sentido. El mayor de los dos intentó justificar que si el Carnaval, que si lo riman todo, que si una visión particular de la vida… Romero se quedó en que no está fijado. Lejos de molestarme (disculpen mi falta de localismo o regionalismo que son nacionalismo de talla pequeña) la pregunta retórica me resultó de una honestidad balsámica.
¿Por qué tenemos que ser más ingeniosos los de aquí? ¿Por nacimiento? ¿Por defecto, como un programa informático? Entiendo como cierto que nuestra tradición (Carnaval) propicia un interés por la música (un tipo) o la métrica mayor que en otros lugares pero no estoy seguro. Igual hay pueblos, entiendo, en Valencia, País Vasco, Renania-Westfalia o Alaska en los que se concentra un gran interés por el oboe, la rima consonante o el canto coral…. Seguro que no somos tan únicos ni tan especiales, tan brillantes, basta mirar números en vez de letras. Celebro mi tradición. Ya que me tocó aquí, trato de disfrutar, no suelo lamentarlo. En cualquier caso, no le veo la menor gracia a que estemos cada día diciéndonos lo estupendos que somos, lo graciosos, lo ingeniosos. Creo que algunas chirigotas callejeras de los últimos años (35, más o menos) forman parte de la más deslumbrante, y efímera, literatura satírica en Español desde Góngora, Quevedo, Krahe (puestos a exagerar). Acepto que puede haber aquí mucha más gente, por cada cien habitantes, entrenada en la guitarra o en cantar por una cuestión de práctica, de afición. Es admirable. Lo festejo. Creo, pero dudo. Habría que viajar mucho y comparar. Así que no trato de mostrarlo cada vez que me ponen un micro o una cámara delante (pasa poco), no fuerzo el acento ni disimulo que pertenezco al 80%, como poco, de andaluces, de gaditanos, que no tiene puta gracia, ni el menor interés por el Flamenco, el Falla, los toros -me avergüenzan-, ni talento musical, voz ni ‘arte’ (concepto pegajoso de tanto usarlo), ni el menor ingenio, ni desparpajo. Sólo dudas, timidez y temores como el 90% del género humano de cualquier lugar (incluyendo Cataluña, me temo).
Me pregunto, como Berto, por qué. De dónde hemos sacado que los gaditanos somos especiales. Si acaso es cierto en algún aspecto (toda persona o grupo tiene algún rasgo diferencial, claro), es ridículo vocearlo a cada ocasión, forzarlo. Prefiero a los que cuestionan, como Berto, antes que a esos forasteros (catalanes, miarmas, mesetarios, uzbekos…) empeñados en celebrar al primer vistazo “lo maravillosos”, “lo distintos” que somos en este sur (siempre hay ‘sures’, en cada lugar) agraciado, desgraciado, despeinado. Hace unos años, coincidí con Gemma Nierga en un palco del Falla y la observé alucinar (ese verbo tiene matices, no todos positivos) con lo que veía. Estos días he podido escuchar a Àngels Barceló en Cádiz (nunca nadie me había hecho cambiar de dial tanto en 45 años de oyente como ella desde hace meses). Puestos a elegir catalanes, me quedo con los que nos dudan y se dudan. Con los equidistantes (lincharon a Berto por declararse así). Momo nos libre de los que llegan como ‘barcianos’ y observan con afectada admiración nuestra ‘diferencia’ supuesta, la ‘riqueza’ de nuestra pobreza. Los tendrían que matar para vivir aquí -salvo por el sueldo o por estar de vacaciones en la playa- un año. Hay halagos venenosos, piropos infectados, infestados, de condescendencia. Los he oído y sufrido a espuertas.
Me gusta pensar que los gaditanos no somos distintos. Me gusta creer que los catalanes no son mejores. Bueno, excepto Ricardo, Paco, David, Merche… Los Trujillo. Qué voces, qué genética, qué agraciados, qué perchas, qué cabrones.