Opinión

La carga en Cádiz

Por  6:50 h.

A pesar de haber pasado ya el Miércoles de Ceniza, no se crean que me ha invadido el espíritu de Fernando Pérez o Guillermo Riol. No. Tampoco de la actualidad y de esas cargas de trabajo que tanta falta hacen a los por siempre llamados Astilleros. Incluso tampoco os hablo del árbitro en un partido del Cádiz que no pita penalti –da igual cuando lo leas– por entender carga legal de un defensa. Ni las cargas de la batería con su biberón en el motor. No. Os hablo de la carga gaditana.

 

No la del «tos por igual», sino la de «tortuga al chavá». Se trata de una forma de interactuar con los demás con cierto arte y cierta gracia. Esa que no todo el mundo entiende, bien cuando da, bien cuando recibe. Porque una norma básica para dar cargas, es saberlas recibir. Esa y anteponerte a tu propia carga, como mejor defensa posible. Por ejemplo, si uno comete una cagada, qué mejor reírte de ella y así mitigar el efecto que pueda tener los cargantes de turno. Que con este de los confinamientos, también los hay y de qué manera virtuales.

 

Si te haces uno foto en plan postura, qué mejor que dejar claro esa actitud, para que los que te ataquen, lo hagan a sabiendas que ya tú te has reído de ti mismo. Amortiguar la carga pudiera llamarse. Después están las cargas con mala leche, con mala baba. Las que van a herirte sencillamente, aprovechando cualquier descuido. Esas no tienen cabida y no siempre se sabe dónde está el límite. Y es que las cargas es una forma –que diría el capitán– de «estar de la gente de Cadi».

 

«Orillera, plato, plato». Al fin y al cabo (Roche), son una manera más de vivir la vida. Una filosofía de subsistencia para mantener la alegría en tiempos de pena, porque, como dijera nuestro ilustre pensador, humorista, mejor cantante, artista no que se enfada, don Antonio Reguera: «La carga siempre supera la pena».

 

A superar las adversidades toca y que viva el Carnaval cada uno como quiera, cantando, bailando en su casa o tirando los papelillos desde el balcón. Eso sí, en conserva el atún, muchacho, los papelillos no me lo guardes que caduca la alegría de uno a otro año. Y a seguir afrontando el vientecito en la carita, con su carguita con ‘guasa’ –no con el del móvil– que, como dice el dicho, «así es la vida».