Juan Carlos Aragón y su amigo Arcángel Bedmar, en tiempos de Los Yesterday.

Un año sin Juan Carlos Aragón

Juan Carlos Aragón, el genio del Carnaval y de la literatura

"Para Juan Carlos existe una división entre la Chusma Selecta o afición ilustrada, a la que se opone la Chusma Profunda, formada por el público iletrado, sin criterio, de gustos básicos, acomodaticio y consumista"

Por  18:19 h.

En 1999 fui uno de los fundadores de Carnavaluc, el festival carnavalesco de Lucena, lo que me permitió conocer a Juan Carlos Aragón. Cuando en 2007 decidió escribir su primer libro, ‘El Carnaval sin apellidos’, yo ya había publicado varios de historia, así que me pidió que le ayudase en la corrección estilística del suyo, una labor que realizaría también en los siguientes.

 

Juan Carlos escribía muy bien, así que mi labor resultó muy sencilla. Desde el principio advertí que poseía una creatividad desbordante. Su inteligencia le funcionaba a una velocidad arrolladora, mucho más que la del teclado de cualquier ordenador, como ya he comentado en alguna ocasión. Fue una suerte, por tanto, que Juan Carlos entregara su alma y su producción artística entera al Carnaval de Cádiz, al de las canciones (suma una cuarentena de agrupaciones a sus espaldas) y también al de la literatura.

 

Ningún autor carnavalesco puede presumir por el momento de una producción literaria y bibliográfica tan inmensa y variada como Juan Carlos Aragón: dos poemarios, una novela, tres ensayos, miles de artículos periodísticos y un proyecto de obra de teatro que se quedó en el tintero. En todos sus escritos tiene la virtud de poseer un estilo crítico e inteligente, de conjugar con soltura el lenguaje popular y el culto, de saber encontrar matices variados al vocabulario y de manejar la ironía y el doble sentido con una capacidad asombrosa.

 

Juan Carlos Aragón reivindica con su palabra el Carnaval de la excelencia, el ilustrado y culto, al que considera una forma sagrada de expresión popular. Se nos revela como un gran agitador de conciencias (como un hombre político en el sentido aristoteliano) ante una sociedad que él ve desmovilizada y conformista. Por ello, en sus coplas se mezclan la belleza formal y el mensaje crítico y transgresor —ateísmo, rebeldía, republicanismo, antiautoritarismo, librepensamiento, etc.—.

 

Juan Carlos Aragón era un filósofo, una cabeza pensante, y ese aspecto se le nota mucho cuando escribía. En sus letras hay continuas referencias a temas como el sentido de la vida, el escepticismo, la identidad personal, la libertad o la existencia de Dios. No se puede desligar nunca, porque es fundamental, esa formación filosófica de su obra carnavalesca.

 

También en su pluma se observa mucha influencia de poetas como el uruguayo Mario Benedetti, de quien siempre se ha manifestado como un admirador confeso, o de Pablo Neruda. Musicalmente bebió de múltiples fuentes, como el carnaval de las comparsas de los setenta, de cantautores como Silvio Rodríguez, del flamenco, o del mítico Bob Dylan. Su formación tanto literaria como musical era muy alta, y eso se evidencia de manera sobresaliente en toda su obra.

 

En cuanto a sus aficiones carnavalescas actuales, pues presumía de no seguir el COAC, se reducían principalmente al Selu y a la chirigota callejera de Paquito Gómez, en la que se inspiró para crear Er Chele Vara.

 

En todas las obras escritas en prosa de Juan Carlos Aragón siempre encontramos dos ideas sustanciales. La primera, la dignificación del Carnaval gaditano, al que considera un arte mayor, al menos en sus manifestaciones más refinadas y excelentes. Y la segunda, la tesis de que entre la afición carnavalesca existe una división entre la Chusma Selecta o afición ilustrada, a la que se opone la Chusma Profunda, formada por el público iletrado, sin criterio, de gustos básicos, acomodaticio y consumista.

 

 

Para él la Chusma Profunda es la que domina en gran medida la organización del Concurso del Teatro Falla y controla de forma mayoritaria determinadas manifestaciones del Carnaval. De ahí que alerte de este grave peligro, pues considera que su predominio ataca los fundamentos esenciales de la fiesta. Para ejemplificar a los miembros de la Chusma Profunda, le gustaba decir que eran los mismos que hicieron salir llorando del Falla a Paco Alba y cuando murió fueron los primeros que pidieron un busto para él. Enlazando con esta idea, no puedo resistir la tentación de echar mano de la afirmación del gran Manu Sánchez, de hace solo seis meses, refiriéndose al propio Juan Carlos: “Hay que ver lo incómodos que son algunos genios vivos y lo que gusta un genio muerto”. Ahí queda para la posteridad ese incisivo aviso para navegantes.

 

En cuanto a la relación de Juan Carlos con el ‘mundo’ del Carnaval, siempre manifestó que nunca se sintió bien tratado por el Carnaval de Cádiz, ni por parte del público, ni por las instituciones, ni por la prensa, aunque hay que señalar que con esta última había normalizado la relación últimamente. Las redes sociales fueron para él un laberinto de infamias y desprecios durante muchos años. Siempre he sostenido, y creo no estar equivocado, que el aficionado carnavalesco más fanático ha sido el antijuancarlista (con permiso de la RAE, que ya nos permite usar este término).

 

Todos recordamos como verdaderas hordas de provocadores y de odiadores profesionales entraban en tromba en cuanto presentaba sus repertorios o aportaba sus opiniones, descalificándolo y atacándolo sin ninguna compasión. Todos esos atropellos no los ha sufrido al mismo nivel de inquina ningún otro autor. Es posible que los ataques se debieran a su inmensa proyección mediática —él decía que tenía más seguidores en Twitter que los medios locales, lo cual era cierto—, que lo hacían más vulnerable para bien o para mal.

 

Juan Carlos se ha convertido en una leyenda, como él mismo advirtió a su mujer, Luisa, pocos días antes de fallecer hace justo un año. Se le despidió de manera gloriosa en el templo laico de Cádiz, el Gran Teatro Falla, con la oración cantada de sus dos agrupaciones, se le recordó con emotivos homenajes espontáneos en media España, y se han realizado varios documentales, jornadas y programas en los medios de comunicación en su memoria.

 

Es muy probable que hubiera quedado pleno de gozo al ver tantas muestras de cariño ofrecidas, ahora sí, por el ‘mundo’ de Carnaval, y en especial por su querida Chusma Selecta. Además de sus libros y sus artículos, nos ha legado sus letras y sus músicas, que se han erigido, como una gran torre de preferencia, en himnos del Carnaval: ‘En el norte los del norte’, de Las Ruinas Romanas de Cádiz, ‘Aunque diga Blas Infante’, de Los Yesterday, ‘Me han dicho que la locura’, de Los Ángeles Caídos, ‘La soledad es testigo’ de La Banda del Capitán Veneno, ‘Igual que en una mezquita’ de Los Millonarios, ‘El Credo’ de Los Peregrinos y un largo etcétera que no tiene fin. Por fortuna tenemos mucho donde elegir del repertorio de este genio irrepetible, divino y humano, siempre vivo entre nosotros, que se llama Juan Carlos Aragón.