La cromatina carnavalera

El aplauso interminable

Por  7:00 h.

Terminaba la comparsa con rabia, con fuerza, con coraje y el público se entregaba, llovían flores al escenario, el gallinero rompía a corear “esto sí que es una gran comparsa” y el público aclamaba el repertorio, pedía otra y no paraba de aplaudir. La locura se apoderaba del momento.

 

Entonces sí, aquello era de verdad, la magia del carnaval funcionaba cuando se despertaban las musas del público. Eran los años ochenta y cuando una agrupación lo conseguía el carnaval caía rendido a sus pies. No era nada fácil por eso el Falla en pie era un premio incuestionable.

 

El respetable no le bailaba el agua a nadie, aplaudía lo bueno, lo que le llegaba, lo que sentía. Levantar al Falla era tremendamente difícil y solo lo conseguían las propuestas redondas, los autores que se mojaban y los componentes que hacían llegar los mensajes desde sus gargantas directamente al tuétano del aficionado.

 

El público podía levantarse, aplaudir y aclamar de esa forma solo a una o dos agrupaciones al año porque aquello era un premio que nacía de la naturalidad y la inconsciencia de quien se deja atrapar por las coplas que le conmueven y no por los amigos o los clubes de fans de unos y otros grupos.

 

Sin embargo, hoy el público del Falla aclama a todas las agrupaciones. Es de bien nacidos ser agradecidos pero de ahí a levantarse y gritar campeones dista mucho.

 

En el carnaval de hoy lo raro es que al finalizar no te griten “primero, primero”… en el carnaval de hoy la respuesta del público, por desgracia, ya no sirve para calibrar el efecto real de las coplas.

 

Cuando el Falla ensordecía tras el popurrí de Entrerejas, tras los pasodobles de Nuestra Andalucía, o al finalizar la cruzada de don Romualdo aquello era de verdad, era real, puro, justo y leal. Ahí sí, sin duda alguna, ahí el Falla mandaba y la agrupación sabía que estaba en la final y que luchaba por el primero y que sin necesidad de lograrlo había llegado al corazón del aficionado.

 

Hoy la respuesta del Falla está programada, se ha convertido en una mentira que solo alimenta a los mediocres y demuestra que el público del teatro banaliza la calidad y prefiere la subjetividad interesada.