La jartible infiltrada

Aquellos carnavales antiguos

Por  6:55 h.

A mis cuarenta años jamás imaginé cómo sería vivir un febrero sin Carnaval. Si nuestra fiesta grande fue de lo poco bueno que nos permitió vivir el 2020 donde, en Cádiz, «se para el mundo», logramos sortear una incipiente pandemia mundial sin creérnosla demasiado, apurando cada segundo como sardinas en lata, escuchando coplas por unas calles sin toque de queda, arrejuntándonos para esa foto de grupo, compartiendo una empanada de la Catedral sin metro de distancia ni mascarilla o un plato de berza con su ‘cuchará y paso atrás’. 

 

Este febrero, que es el año nuevo para los gaditanos, nos tiene aún incrédulos. La nostalgia se ha apoderado de nosotros y andamos, cual enamorado, con el corazón ‘partío’, compartiendo fotos antiguas, redescubriendo coplas añejas o buscando a algún amigo, con tu misma locura, para poder hablar. Sabíamos de buena tinta que este 2021 se nos iba a hacer muy cuesta arriba, a nosotros que engarzamos cada febrero para sobrevivir al año, a la vida, pero el dichoso Covid nos lo ha arrebatado todo.

 

Y es que en Cádiz, el Carnaval es nuestra tradición. En forma de afición que corre por las venas y que los hijos heredan de los padres. O así lo siento yo. Empecé a amar la fiesta gracias a mi padre, al que dedico este artículo, que nos dejó en octubre. En su despedida sonó, como no podía ser de otra forma, el popurrí de ‘Los Cruzados Mágicos’, que se encargó de enseñarnos y cantarnos en muchos momentos de nuestra vida. Y es que el Carnaval es un modo de vida. Siempre recuerdo a mi padre canturreando una copla, una frase, un estribillo, un cuplé o un tango. Cuando era pequeña, al preparar los viajes en coche era clave seleccionar los casetes que sonarían en el trayecto. Eso era la felicidad. También nos recuerdo alrededor del ‘transistor’, pendientes de poner a grabar las agrupaciones punteras, cruzando los dedos para no tener que darle la vuelta a la cinta en el mejor momento. Y en la Final, donde él era el único que aguantaba hasta el último instante y nos apuntaba, en una servilleta, los premios, para que nos lo encontráramos al despertarnos, en esa época donde no existían las redes sociales. 

Hoy siento que cualquier tiempo pasado fue mejor, ¿o no?