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Ya han pasado nueves funciones por mis oídos y ojos párvulos

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Ya han pasado, Aldonzo, nueve funciones por mis ojos y mis oídos que, en cuestiones carnavalescas, son oídos y ojos completamente párvulos; porque aunque tú sabes que me he empapado muchas cintas de Izquierdo, el Melli, y producciones mil antes de venir al Falla, no es lo mismo eso que tener a las agrupaciones tan cerca que casi puedes tocarlas.
Todavía quedan algunos de los grandes por pasar por las tablas; pero ya han pasado muchos como para ver el nivel que tiene este año el concurso. Y te puedo asegurar que quitando un par de descubrimientos a todo lo demás se le podría poner, como fecha de creación, cualquier año entre el 70 y el 2008. Es decir, que si tú coges las cintas de Izquierdo y las ecualiza con métodos técnicos de hoy, la mayoría de las comparsas son las mismas con los grupos cambiados y ropajes y decorados más caros. Porque en lo que tendrían que evolucionar, que es en el lenguaje utilizado, la forma de enfocar las cuestiones de las que se escribe y el aparcamiento definitivo de los tópicos, no se evoluciona nunca. Es más, todavía, a pesar de los años, la comparsa está anclada en el amaneramiento de los años setenta y la mayoría resultan no sólo cursis, sino casi pedantes. Observa que casi todos los que cantan dicen «caranaval» en lugar de Carnaval.
Cuando yo empecé a escuchar, allí en nuestro Puertollano, las cintas que las distintas antologías habían grabado de tangos, pasodobles, cuplés y popurrís y que un amigo me mandaba desde aquí, me llamaba la atención que la mayoría de las letras eran piropos a la tierra. Y yo pensaba que era un recurso de las agrupaciones antiguas por culpa de que la Censura prohibía cantarle a los problemas reales; pero ahora en el Falla he descubierto que lo del periodismo cantado es una falacia y que la gente aplaude antes una mención a un atardecer en la Caleta, que una denuncia de malos tratos que se haga en una copla. De modo que los autores no se complican la vida: ¿Quieres gazpacho, tres tazones? Así de sencillo. A partir de ahí se establece el círculo vicioso: las letras tópicas se premian, escribo letras tópicas. Y si a eso sumamos que Cádiz es una ciudad diminuta con tres iglesias interesantes, una avenida, las puestas de sol, las caballas, el adobo y poco más, lo único que cambia aquí es la música y las voces; por eso esto ya no es un concurso de autores sino de «ortavillitas» y «contraaltos»: una guerra personalista y un artisteo que ha llevado esto a un pozo de cutrerío.
Pero hay un acuerdo tácito para nunca decirlo. Hay que seguir repitiendo hasta el desmayo que esto es Cádiz y es lo mejón; si no, te cuelgan el apelativo más odioso de cuantos he escuchado: derrotista.