Metafísicos

No creo que nadie pueda echarme en cara que yo haya dicho que su agrupación sea mala

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En principio, lo mejor es que nadie te pregunte; porque siempre lo hacen a destiempo, cuando ya no tiene arreglo. ¿Cómo se le puede decir a alguien en enero que su pasodoble es malo? Lo primero que piensa (aunque sea Manuel de Falla el que se lo dijera) es: «éste qué sabe»; y en segundo lugar, si creyera lo que le dicen ¿Qué puede hacer ya la criatura en esa fecha? Es mejor una mentira piadosa (sin exagerar para que no suene a falso) que un disgusto. Por eso reniego de los que presumen de escupir «verdades a la cara».

Distinto es cuando alguien se estrena en este noble oficio de organizar notas musicales para alegrar los oídos y te pide consejo; que aunque lo de darlos es algo que odio porque siempre me descubro como un prepotente, lo miro por la parte de ayudar al prójimo y ya me parece otra cosa; así que, aunque antes intento convencerle de que acuda a otro, si puedo corregirle algo, lo hago;

Lo que no puedo evitar es mi espíritu crítico; y si una emisora requiere mis servicios para que le haga comentarios, procuro ser coherente con mis apreciaciones y, la mayoría de las veces, digo lo que pienso; y otras, pienso lo que voy a decir.

Pero últimamente no sé qué me está pasando, que aunque siempre voy por la Vida intentando sacar lo bueno de cualquier cosa, me está invadiendo el síndrome Jesús del Río, que me hace creer que todo lo que sale en las tablas del Falla es, por lo menos, aceptable.

La edad no puede ser, porque el Quini, cuanto mayor se hacía, más crítico era. Debe ser algo de los triglicéridos; pero me planto en el palco y en cuanto sale una agrupación empiezo a disfrutar como un pescaero en una joyería. Voy a tener que acudir a Monforte a ver si me hace el psicoanálisis y unas manitas con garbanzos.

La otra noche escuché a una comparsa decir cantando que «Los grandes, son grandes sin duda/ pero los pequeños no son basura». ¿Oye!, la sentencia me llegó tan hondo, que a partir de ahí me volqué en disfrutar con el repertorio. Y al salir y preguntarle a los amigos y compañeros de los medios qué les había parecido, todos me miraron con extrañeza, como pensando que debería jubilarme. Pero qué queréis: me gusta la filosofía; y últimamente las comparsas están haciendo preciosas incursiones en la metafísica; y lo mismo se escuchan popurrís dignos de verdaderos sofistas, que te inculcan, a traición, todo el pensamiento socrático. Es decir, que el Falla, en Carnaval es, por mucho que los profanos lo critiquen, un parnaso de inspiración y una increíble fuente de riqueza cultural. ¿Y va in crescendo!

Mañana será otro día.