Pepi Mayo nos recibe en su casa rodeada de fotos y viejos recuerdos junto a su hija Manoli y Flori, una amiga de toda la vida que la acompaña y cuida cada día. Los disfraces que confeccionaba esta gaditana nacida en el barrio del Mentidero para sus tres hijas y sobrinos eran los más esperados en Cádiz cuando se acercaban las fiestas de Carnaval, llegando a ganar hasta 33 primeros premios en los concursos infantiles que se celebraban en la ciudad entre los años sesenta y setenta.
Sus creaciones eran como obras de arte. Estaban cuidadosamente pensadas y diseñadas. Cada puntada, cada abalorio, cada lentejuela y cada detalle de sus majestuosos disfraces eran cosidos y rematados por sus manos con paciencia y tesón despertando el interés de todos. Eran los más originales. Poco a poco fue adquiriendo una gran notoriedad, llegando incluso a agolparse la gente del barrio a las puertas de su casa para ver salir a sus hijas y sobrinos disfrazados camino del concurso. Nos cuenta que en una ocasión confeccionó un disfraz a su hija de holandesa a la que incorporó un pequeño molino de madera a la espalda que se movía gracias a un pequeño motor. «Tuvo un gran éxito y me paraban por la calle para comprobar el funcionamiento», afirma.
Fue en el año 1977 cuando Josefa Mayo Rivero, más conocida por todos como Pepi Mayo, decidió, animada por su marido y por su familia, dedicarse profesionalmente a la costura y a confeccionar disfraces por encargo abriendo un taller en la calle Los Desamparados, junto a la plaza de abastos.
Cuando no estaba aún abierto acudieron a ella el famoso dúo infantil Enrique y Ana, a los que hizo el vestuario de varios espectáculos como ‘La tabla de multiplicar’ o ‘Los alibombos’. Para el primero de ellos, Pepi recuerda que tuvo que confeccionar tres trajes a cada uno «ya que en el espectáculo sudaban mucho por el baile y tenían que cambiarse el disfraz varias veces. Tenía flecos con cuentas de madera que se cosían una a una». Para las pruebas de estos disfraces, Pepi se desplazaba hasta Madrid, donde los artistas le costeaban el viaje y la estancia dada su apretada agenda, «que les impedía venir hasta Cádiz cada vez que tenían que probarse» . Pero un disfraz de Pepi Mayo bien merecía la pena. Eran disfraces únicos.
Los encargos fueron aumentando y Pepi comenzó a trabajar para distintas agrupaciones carnavalescas de la ciudad, siendo su primer gran trabajo para el coro ‘Los erizos caleteros’. Relata que «me gustaba ver cada uno de los detalles de lo que me encargaban. Cogí un erizo de verdad y lo examiné para que el disfraz se pareciera lo máximo posible». Asegura a su vez que en una ocasión, «fui a la pescadería a comprar un langostino y el vendedor me miraba extrañado. ¿Solo uno? Yo le dije que tenía que hacer un disfraz y que no necesitaba más, que lo que quería es que no se perdiera ni un solo detalle. Ni los ojos, ni las antenas, ni los bigotes, nada (sonríe)».
Su primera comparsa fue la de ‘Los pintores de Versalles’, que actuó en el Falla el 23 de febrero de 1981, coincidiendo con el golpe de Estado. «Mis hijas estaban en el teatro con la comparsa y escucharon que había tiros en el Congreso de los diputados aunque la actuación siguió adelante. De pronto, comenzó la gente a levantarse y a marcharse, sin que entendieran qué estaba pasando. Cuando salieron a la calle todo el mundo estaba pegado al televisor y refugiado en sus casas esperando acontecimientos», asegura.
Pepi recuerda también con cariño al primer cuarteto que vistió, el del célebre Peña ‘Los cuatro reyes de la baraja’. A partir de entonces se sucedieron los encargos de mano de coros, comparsas, chirigotas y cuartetos a lo largo de los años, llegando a superar las 200 agrupaciones de Carnaval no solo de la capital sino de otras ciudades como Málaga, Punta Umbría, Almería, Málaga o Isla Cristina, entre otras. Asimismo, Pepi Mayo fue la autora de los tocados y disfraces de la Diosa y de sus Ninfas, incluidas las infantiles. «Es una pena que se haya perdido esta figura en el Carnaval, además del traje típico de la ciudad, el de piconera». Recuerda que inventó el traje de piconera adaptado al verano, «al que se le podían quitar las mangas».
Los atuendos de numerosos pregoneros del Carnaval también han pasado por las mágicas manos de Pepi Mayo, además de los disfraces del Dios Momo, Doña Cuaresma o la mascota del Carnaval, don Plumero. Pero las creaciones de esta gaditana que no entendía de vacaciones ni de días de descanso traspasaron las fronteras hacia otros países como Estados Unidos, Australia, Alemania, Holanda, Suiza, Francia o Dinamarca, donde enviaba encargos con cierta regularidad llevando el nombre de Cádiz por todo el mundo.
Su comercio situado en la plaza de la Libertad y que regentó durante más de treinta años era un hervidero según la época del año ya que no solo estaba especializado en los disfraces y complementos de Carnaval. También vendía disfraces para Navidad, mantillas para Semana Santa o trajes de flamenca para las ferias. Además, ha vestido a distintos Reyes Magos de Cádiz y alrededores. Asegura que los disfraces de hoy en día «no tienen nada que ver con los de antes y las tiendas de todo a cien o los chinos han hecho mucho daño en ese sentido porque ya se puede comprar muy barato cualquier disfraz, pero sin calidad». Entre los premios recibidos: la Aguja de oro del Carnaval, la Aguja de Oro del Flamenco, el Premio a la Mujer Trabajadora, el Premio Hércules de Oro o la medalla del Trimilenario, entre otros muchos.