
Hace apenas cuatro meses, la plaza Virgen de Loreto y los vecinos del barrio eran noticia y protagonistas muy a su pesar, por un hecho que difícilmente se comprende en estos tiempos. Este viernes los habitantes de la populosa y vitalista barriada se resarcían con otro hecho histórico. Esta vez, festivo. Los camiones cisterna se han cambiado por las bateas y las proclamas reivindicativas por los tangos. Las concentraciones y las juntas informativas por el encuentro improvisado, por la reunión en primera línea de la acera, las sentadas en los bancos mientras se espera, o apoyados en las barras dispuestas por los establecimientos de hostelería de la plaza. Este viernes no ha corrido agua tampoco, sino bebidas más animosas. Y cartuchitos de gambas, platos de mejillones, tapitas de ensaladilla.
Esa era la intención de las Asociación de Vecinos de Loreto, Facai y la Asociación de Comerciantes del barrio con la organización, por vez primera, de un carrusel de coros de Carnaval por sus calles. En un día señalado, el comienzo del segundo fin de semana de la fiesta grande gaditana, y apenas unas horas antes de que la noche empezase a vivirse en el centro. Un carrusel por y para Loreto. Para sus niños y mayores. Para activar los comercios de la zona, para salir de la rutina diaria. Un experimento –por lo de incipiente– que ha dejado contentos a la mayoría.
Costó arrancar, por el frío, la hora (inicio previsto a las 19 horas) y la inexperiencia. Pero después. Todo empezó a girar. Ya rodar. Cuando pasadas las y cuarto se arrancó el coro de Longobardo y Procopio, ‘En la ciudad de Cádiz’. El primero, no podía ser de otra forma con ese nombre y esa presentación, de las cinco agrupaciones participantes en el carrusel. Las personas que esperaban en la plaza, algunas tomando cafés para llevar y dulces (que aún no es hora de aperitivo) se acercan rápidamente a la batea mientras ‘Los sudamericanos’ de Nandi Migueles se suben a la suya. Tres minutos más tarde, le dan la réplica. Y el barrio, cada vez más poblado en ese su centro neurálgico, vibra tímidamente con sus sones. Sí bailan los niños, los únicos que aprovechan la cita para volver a disfrazarse de su personaje favorito. O de piconera, que en Loreto también hay cantera para futuras diosas del Carnaval.
Estos pequeños bajan la media de edad de los asistentes. Porque este carrusel no sólo sirve para animar la economía, sino también para alegrar a los mayores, para acercar la fiesta a aquellos que difícilmente pueden aguantar la bulla de un domingo de coros. Las personas con discapacidad, las parejas con bebés, los ancianos. Uno, con el ritmo latino del coro de Migueles le dice a otro. «El Carnaval empezó a cambiar con Los Beatles». «No, con Paco Alba, cuando metió la guitarra», le responde el otro.Se va enredando el debate y en la otra esquina ya está preparado ‘Tira a Juanillo por el patinillo’, el coro del Sheriff. Ese punto de la plaza se encuentra más vacío, oportunidad única para degustar el repertorio del coro cuartofinalista. Muy cerca, a la vuelta de esa misma esquina se preparan ‘Los palmeros’ de Kiko Zamora y el coro ilegal de Luis Frade ‘Sé que samurai por mi katana’.
La pescadería Sonia empieza a dispensar sus cartuchitos, que ahora sí apetece, y en la Cervecería Loreto o el Bar Munich (en sus mostradores colocados fuera de sus establecimientos)se posan más cervezas que antes. Los niños siguen correteando o subidos en el castillo hinchable que corona la plaza, sus padres le hacen fotos con el disfraz… Y los tangos se oyen ya desde cualquier punto del mismo lugar que hace unos meses copó titulares. Hoy también lo es, pero por un motivo lúdico. Porque Loreto ha estrenado, aunque en una noche fría y de forma modesta, su condición de barrio de Carnaval. Dentro de unos años, el carrusel de coros de Loreto ya no será noticia.