
El final de la actuación de la comparsa de Antonio Martínez Ares, ‘La eternidad’, provocaba el éxtasis en el Gran Teatro Falla. Los espectadores se levantaban de sus butacas y prorrumpían en una estruendosa ovación. A medida que menguaban los aplausos, comenzaba a escucharse ese grito que se ha hecho fuerte en el Concurso: ¡Campeones, campeones, oé, oé, oé!
Entonces, el director Rafita Velázquez pedía enlazando sus manos que por favor no siguieran por ese camino, respaldado por otros componentes de la primera fila. Y no es un hecho aislado. Pocas horas antes, el cuartetero Selu Piulestán, de ‘Los del Patronato’, negaba con la cabeza al escuchar estas alabanzas. “No, no, hay que respetar a los compañeros”. Igual sucedía el miércoles con la comparsa de Juan Carlos Aragón.
Es un grito contra el grito. El Carnaval se revuelve contra esta moda que comenzó de manera espontánea a mediados de la década pasada, para reconocer la calidad de chirigotas como ‘Los que salimos por gusto’, ‘Los pitorrisas’ y ‘Los Juan Palomez’, y de comparsas como ‘Araka la Kana’. Incluso se escuchó en el 93 para vitorear a ‘Los miserables’ de Martínez Ares. Ya de por sí era irrepestuoso, pero ahora resulta demencial cantarle lo mismo a casi todas las agrupaciones que actúan en el Gran Teatro Falla. Antes sólo una actuación brillante provocaba que el aficionado se levantara para aplaudir, y ahora el grito de ‘campeones, campeones’ parece más una fórmula de presión al Jurado oficial que un reconocimiento al pase de los intérpretes.
Las críticas en los artículos de prensa, en las tertulias televisivas y radifónicas, en las charlas en la barra del bar, se han multiplicado y traspasado a las tablas del Gran Teatro Falla. Quién sabe si será el fin de esta tendencia.