La llegada del Carnaval aparca la crisis y empuja a miles de personas a la calle

El casco histórico de la capital se llenó de gaditanos y visitantes para celebrar la Erizada en la Viña y la Ostionada en la plaza de San Antonio en el doble prólogo de la fiesta

Por  0:00 h.

Cádiz tenía ganas de Carnaval y eso no lo para ni una quíntuple crisis
económica mundial. Cádiz quiería escuchar de nuevo el ritmo que marcan
la caja y el bombo y la emoción que nace de escuchar un tango de una
guitarra. Miles de personas abarrotaron ayer el casco antiguo de la
capital para disfrutar de las dos eventos prólogos de la fiesta, la
Ostionada y la Erizada. La jornada gastronómica transcurrió con
tranquilidad y sin sobresaltos. Buen ambiente bajo un espléndido sol.
Buen primer plato de la fiesta.

En la plaza de San Antonio la peña El Molino repartió, por vigésimo
tercer año consecutivo, 1.500 kilos de ostiones, «de calidad, los
mejores del mercado» apuntó el directivo de la entidad, Manuel Baena.
La peña distribuyó el reparto del molusco bivalvo en dos carpas. Una
ubicada en la desembocadura de la calle Buenos Aires, y la segunda
frente a la puerta de la iglesia de San Antonio. Cientos de personas
aguardaron la cola durante más de veinte minutos para coger un plato
con media docena de ostiones, una copa de vino fino, cerveza y
pimientos asados.

También en el barrio de La Viña se formaron colas para poder
degustar algunos de los 600 kilos de erizos que repartió la peña El
Erizo. En la calle Cristo de la Misericordia los miembros de la entidad
regalaron platos con estos equinodermos, además de un vaso de cerveza,
manzanilla o refresco. El presidente de la peña, Antonio Rueda, aclaró
que «los erizos ya no los recogen los peñistas. Ahora, y por motivos de
seguridad, debemos adquirirlos a una empresa que lo distribuye; la
inversión para este año ha ascendido a los 1.000 euros.

Desde hace varios meses, tanto la peña El Molino como El Erizo
están trabajando en la organización de estos eventos, que ya son
clásicos en el Carnaval gaditano. Las entidades encargan los ostiones y
los erizos por su cuenta y contactan con las agrupaciones para que
participen en la fiesta gastronómica.

Ruibal en La Viña

Hasta Cádiz se acercó ayer el pregonero del Carnaval, Javier
Ruibal, acompañado por el autor de la chirigota Los fantasmas, José
Manuel Gómez, El Gómez, y del escritor Juan José Téllez. El cantautor
se dio una vuelta por la ciudad y acabó en el barrio de La Viña «para
ir entrando en el ambiente de la fiesta». El portuense sigue elaborando
el texto del pregón que ofrecerá el próximo 21 de febrero en la plaza
de San Antonio y que servirá para iniciar, oficialmente, el Carnaval.
La mayoría de los miembros del equipo de Gobierno -con la ausencia de
la alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez, que viajaba con destino a
Perú- se acercaron también hasta el barrio del Mentidero y a La Viña.
El primer teniente de alcalde, José Blas Fernández, se mostró
satisfecho con el desarrollo de la jornada festiva. El teniente de
alcalde delegado de Fiestas, Vicente Sánchez, destacó el auge que cada
año tienen estas fiestas gastronómicas. El concejal añadió que «este
año la Erizada y la Ostionada también se han visto favorecidas porque
las agrupaciones no tienen la presión del Concurso».

Sin embargo, la fiesta se concentró poco alrededor de los
escenarios donde cantaban las agrupaciones que participan en el COAC.
La mayoría de las personas que se acercaron ayer hasta Cádiz se
acomodaron en cualquier rincón de la ciudad rodeando varias botellas de
alcohol, sin importarles demasiado las actuaciones. En la plaza de
Mina, en el Mentidero o en la plaza de San Francisco eran numerosos los
grupos que se dieron cita durante el día, sin tener en cuenta quiénes
cantaban en los escenarios.

En el barrio de La Viña el panorama era parecido. La calle Rosa, el
Corralón o la plaza del Tío de la Tiza se formaron bullas similares a
las que surgen durante el Carnaval. Mientras uno tocaba unos timbales,
el resto de personas bailaban a su ritmo.

Y en cada calle del casco histórico, ríos de orines salían desde
cualquier esquina. La ausencia de urinarios públicos, y la prohibición
en la mayoría de los bares que tenían una barra en la calle de poder
utilizar los servicios, provocaron que quienes necesitaban orinar
buscasen cualquier lugar para realizar sus necesidades, dejando un
desagradable olor en el ambiente.