Juancarlo tiene una idea

Torre se apunta a un bombardeo

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No vea la que dio el nota. El Juancarlo. Bueno, que ni se llamaba Juancarlo ni na. Dieguito Lázaro, pero todo el mundo le decía Juancarlo. ¿No le dicen Pedro a Pedro el de los majara y ni se llama Pedro ni está majara ni ná? Pues lo mismo. Juancarlo, le pusieron, porque estaba tol día cantando coplas de Juancarlo Aragón, y una vez hasta de cachondeo le regalaron unos zapatos una mijita estrafalarios, como los que usa el Juancarlo. El Juancarlo de verdad, no él. Bueno, él también, que al final acabó poniéndoselos y daba el cante por partida doble. Menos mal que no le regalaron la peluca de los Yesterday porque aquel habría sido capaz de ponérsela, menudo era.
Po no vea, desde que al Juancarlo le dieron el guasnajazo en Delphi y le dijeron adió, picha, no trabaje más en tu vida con to tus castas, venga más arrugas pal pijama. Prejubilao y ni sordeta ni ná, que estaba hecho un toro y si por él fuera ya podían haberse arruinao los de la viagra. Y con la paguita que trincó ni le dio por poner un videoclú, como hizo tol mundo cuando lo de Astillero (ya pa qué), ni se compró un chándal como los de la chirigota del Selu ni le dio por hacer fúting por la playa ni se puso así con las dos manos a la espalda a ver las obras, como hacen todos los jubiletas, lo mismo porque las vigas del puente nuevo no se veían todavía y allí en las mil viviendas, de cara al mar, hace  en enero un frío que pela. Juancarlo había sido un bullita to la vida, y ahora que  ya no tenía que hacer na en tol día, pudo por fin hacer lo que tol mundo quiere hacer. O sea, vivir como un rey. Anda que no le venía bien que le llamaran Juancarlo.
Torre se lo estaba viendo venir, que tonto no era y había aprendío a leer en el gesto de la gente cuando a partir del día veinte del mes (y algunos antes) ponían cara de apuro y te daban el sablazo; quizá por eso ni votaba en las elecciones, porque les veía el plumero a los políticos y él pa eso de los sablazos era mu mirao y Dios dijo hermanos pero no primos. Pero hubo pistas que le avisaron de lo que Juancarlo estaba tramando: con la excusa de ir a ver los belenes a Cadi, acababa dándose una vueltecita por el Melli. Se le iban los ojos detrás no de cualquier guayabo vestida de Papa Noel anunciando perfume en la puerta de los pestódromos esos que te saltan sin que te des cuenta en cualquier bocacalle, sino del puñao de chavales (uy, qué peligro) que con la Navidad y to iban por la vida cargando en la moto la bandurria o la guitarra. Y luego, que en el bar, mientras tú te estabas tomando tu cafelito o tu sol y sombra,  el nota no dejaba de darle cosquis a la barra o a la mesa, marcando el tres por cuarto de una musiquilla que por lo visto llevaba en la cabeza.
Un bullita, el Juancarlo. En cualquier servilleta, siempre que no estuviera pringá de manteca colorá o del aceite de Antonio Muñó, anotaba cosas rápidas, renglones que Torre no entendía, primero porque no había aprendido a leer bocabajo, y segundo porque la letra del Juancarlo no parecía de tornero, que es lo que había sido en Delphi, sino de médico psiquiatra. Ya lo peor de todo fue cuando una vez, hablando por el móvil, Torre se dio cuenta de que estaba consultando un algo a Manolito Santander, que era compañero suyo, y ni hablaron del Cadi ni del Lucas Lobos, sino en clave de fa.
Totá, que como se lo veía venir, cuando se lo dijo Torre sólo fue capaz de levantar una ceja, como el Roger Mú de las famosas películas de James Bond. El bizco Durán, que se encontraba presente, lo tuvo peor y se atragantó con el agua fría después del café hirviendo. Pero Juancarlo ni le dio palmaditas en la espalda ni le dijo sanblás sanblás, no fuera a ser que se le cayera un ojo,  sino que muy ufano, en plan autor, insistió en la idea: Torre, picha, prepárate. Este año sacamos una charanga.
Y Torre, pobrecito mío, que no sabía decir que no y que además era también de los que se apuntan a un bombardeo, mientras le pasaba una servilleta limpia al Bizco Durán, dijo po güeno, venga, vamopallá. No sabían dónde se metían.