Javier Ruibal, carnavalautor

Por  10:14 h.

Sus canciones olían a la guitarra en llamas de Jimi Hendrix, a raval barcelonés o a las aguas mestizas del Estrecho con sabor a tierra, hasta que se topó con los pitos del Carnaval, el estrépito de las cajas, la potencia de las voces y las artimañanas de las letras de las chirigotas. Javier Ruibal descubrió el carnaval como San Pablo se cayó del caballo ante Jesucristo en el camino de Damasco. Con el mismo impetu y pasión que Carlos Cano, Javier Krahe o Los Delinqüentes, pero con mayor continuidad porque en su caso el espíritu de esta fiesta no era ocasional, sino constante: su repertorio ha sublimado estas melodías sin traicionar su esencia, algo así como lo que a escala gastronómica suele lograr El Bulli con la tortilla de patatas.
 Lo carnavales no es un adorno en su caso. Forma parte de la formación tectónica de sus composiciones y sobre todo de su actitud ante la vida. La afición de este fugado de la comparsa de El Puerto no le llegó por obra y gracia del excepcional pregón que protagonizó el año pasado sino que le viene de lejos, de ese hilo musical que cada febrero une a las dos orillas de esta misma bahía. Y su querencia carnavalesca no sólo es fruto de la trivialidad sino del conocimiento: Ruibal navega por el internet de intramuros a la búsqueda de las chirigotas ilegales o se aposta en un palco para cazar los mejores estribillos, las armonías endiabladas de un cuplet, de un pasodoble o de un tango, las volteretas del popurrit, la alegría en los ojos de quienes encuentran en estas coplas una extraña manera de aproximarse a esa abstracción a la que llamamos felicidad.
 Ama el jazz y el rock, es uno de los grandes de la canción pero su patria profunda es el mismo viento de levante y la piedra ostionera que conforman los libretos que los postulantes reparten una vez al año como mensajes embotellados de un mundo náufrago. Hay quien ha fracasado con frecuencia a la hora de encasillarlo, pero quizá sea porque nadie ha encontrado el término adecuado para ello. No le disgustaría, en cualquier caso, que en su tarjeta de visita figurara como oficio el de carnavalautor.