Animador del Carnaval -nuestro patio de recreo- era, sobre todo, untrabajador infatigable y un agudo conversador que repetía a sus amigos
que él disfrutaba con las actividades que proporcionaban a los demás
una pizca de alegría.
Su entusiasmo siempre estaba acompañado de una hombría de bien, de
una permanente amabilidad y de una espontánea simpatía. Siempre estaba
dispuesto a tender puentes para el entendimiento.
Me llamó la atención, de una manera muy especial, su enorme
habilidad a la hora de comentar los temas de actualidad por muy
espinosos que fueran, y su manera ingeniosa de abordar la vida.
Hombre bueno, generoso y atento, estaba pendiente de los problemas
de todos los que lo rodeaban. No tenemos más remedio que reconocer que
es difícil convivir con la muerte y, que, a veces no encontramos las
fórmulas adecuadas para referirnos a esos seres que se han esmerado por
hacernos más soportables los tragos amargos.
Si es verdad que con Jorge Ayala desaparece una de las figuras
señeras de nuestro Carnaval de Cádiz, todavía es más cierto que, con su
fallecimiento, hemos perdido también a un hombre bueno, un maestro, un
clásico, un hombre que no ha dejado de trabajar durante toda su vida y,
sobre todo, de disfrutar haciendo que los demás disfrutáramos.
A su mujer, Pilar, y a sus cuatro hijos, Jorge, Enrique, Javier y
Alberto, le damos nuestro más sentido pésame. Que descanse en paz.