Carnaval de Cádiz 2021

El Carnaval callejero narra un febrero de silencio

Como todo, el Carnaval y la vida, se han parado

Por  7:08 h.

Hubo un tiempo, muy, muy lejano, en el que un Carnaval se alzaba justo cuando terminaba el Concurso del Falla. A la sombra de las calles estrechas del casco antiguo o ya cuando empieza a caer la tarde, aparecían grupos de dos o quince, a cantar coplas anormales, ajenas a la norma y la normalidad. Escritas en poco tiempo, ensayadas a lo justo y cosidas con amistad, con complicidad entre los que las cantan y los que oyen. Hubo un tiempo, muy lejano, en el que al caer el último telón en el Falla se proclamaba el efímero reino de la chirigota callejera, de la letra sin corsé ni puntos, golpe improvisado e irreverencia. La esencia de esta forma de vida que brotaba, por febrero.

 

Los involuntarios pioneros de los primeros años 80, los primeros que pusieron rumbo a cualquier sitio sin coger ‘caminito del Falla’ tuvieron descendencia. Familia numerosa en los últimos años. Un fenómeno sin más límite que el que ellos mismos se marcan. Tomaban las calles del centro desde el Sábado de Carnaval hasta el Domingo de Piñata, y con la idea premeditada de tener prórroga diez días después del Miércoles de Ceniza, en el Carnaval Chiquito. Su carácter anárquico impedía enumerarlas. Desde principios de siglo, su número se ha multiplicado, incluso hasta la masificación. Las hay célebres y aplaudidas (incluso hacen bolos), las hay sobre todo de mujeres (ningún otro apartado del Carnaval ha incorporado la igualdad a la participación con tanta fuerza), de jóvenes, de puretas, de la provincia, de gaditanos que trabajan fuera y vienen a lo justo. Las ilegales o callejeras, las chirigotas sin reglas, se han convertido en un pilar esencial, brillante, transformador y libérrimo, de la mayor fiesta gaditana.

Pero como todo, en el Carnaval y en la vida, se ha parado. Ahora parece algo muy lejano, algo que se quedó allá por marzo de 2020, atrapado en un ente desconocido y gris, temido y añorado, que se llama «normalidad». Este año no ha existido calle. Sus integrantes y sus seguidores las añoran. Puede que la pausa sirva para la reflexión pero las palabras de algunos de sus protagonistas dejan claro que, sobre todo, hay tristeza, nostalgia.
José Manuel Fedriani, desde Kentucky (EE UU), donde vive desde 2018, resume la sensación de su grupo, conocido como ‘la del ukelele’ por el tipo que llevaron una vez: «El Carnaval se vive este año en medio de toda la tristeza de la situación. Un gran vacío y, desgraciadamente, todos con cosas más importantes de las que ocuparnos. Lo peor fue a partir del viernes que habría sido de la Final, la semana de Carnaval. Te acuerdas de sitios, de momentos y te da un bajón más gordo. Ayuda la esperanza de recuperarlo cuanto antes».

 

Tiempos tristes, en todas partes
Alejandro Leiva, de la celebérrima chirigota del perchero, se toma la abstinencia con humor forzoso, «con más mono que un enganchado al caballo en los 80. Personalmente no lo estoy llevando muy bien. Son muchos años con una serie de rutinas que acababan con esa catarsis colectiva que es el Carnaval. Esa sensación de terminarlo con todas las pilas cargadas para aguantar todo el año de estupideces pues me va a faltar. Con decir que me he comprado hasta un taladro… ¡Un taladro!». Lleva saliendo ininterrumpidamente desde 1999. «Es decir, 22 carnavales consecutivos escribiendo, interpretando, cantando, disfrutando…».

 

Coqui Sánchez, profesora, actriz, es una leyenda del Carnaval en la calle. Desde que debutara en una chirigota de amigos y parejas, en 1985, sólo ha dejado de salir en 1994, porque aquel grupo se dividió. Empezó después con unas amigas, en otro formato, más pequeño. Llegó incluso el Premio de la Crítica de la APC con ‘Las muñecas de Marín’. Sin parar hasta 1994, cuando la enfermedad de un familiar la desanimó. Después, en 2014, «estaba de baja y no pude, me subía por las paredes». Sus recuerdos le hacen incluir una reflexión sincera a la melancolía: «No sé si es más triste dejar de salir cuando no puedes por algún problema personal, tú sola, que lo que ha pasado este año, que no hay Carnaval para nadie y, por desgracia, lo asumes, lo ves venir». Con todo, su inquieto talento no ha podido resistir: «Le pedí unos pregones chiquititos a unos amigos, para que me los mandaran por WhatsApp. Han respondido maravillosamente, con mucho ingenio todos, algunos muy emocionantes, con pellizco…». Admite que con su pareja –otro callejero legendario, Antonio Mato– tenía pensado para este frustrado año formar el dúo ‘Los eméritos’, aunque ya no sabe si guardará la idea para 2022 «porque escribimos poco tiempo antes y las cosas cambian mucho». Miguel Albandoz, de la chirigota del parchís, aporta un punto de vista diferente, enriquecedor, el de una persona que lleva poco tiempo saliendo: «Sólo he salido seis años pero hay sensaciones que se echan en falta, no ahora, en febrero, sino desde el final del verano. En mi caso, la rutina de convertir en cuplés las pamplinas que se me ocurren en el día a día. Ver cómo va tomando forma la chirigota cerveza tras cerveza, digo, ensayo tras ensayo. Y, ya en la semana de Carnaval, ir a currar habiendo dormido muy poco y sintiendo en lo alto el turbante o la chistera aunque no lo lleve puesto».

 

Confiesa que fue de los que propuso una idea de tipo, o alguna copla. Todo adaptado a las circunstancias pandémicas: «En octubre propuse a la chirigota un tipo de andar por casa y algunos cuplés con idea de hacer algo virtual o telemático. Pero digamos que mi propuesta obtuvo un éxito más bien discreto». Salvador Fernández Miró, un referente en la historia del romancero y la calle, añade su visión como médico: «Estoy tan acostumbrado a los cambios radicales que sugerimos desde hace un año, que no me ha supuesto ningún esfuerzo acostumbrarme a no tener Carnaval». Como todos los chirigoteros y romanceros que hablan, desdramatiza la situación porque las fiestas han pasado a estar a la cola en las preocupaciones de todo el mundo: «La sensación de pérdida triste sólo ocurre cuando salgo desaparece para siempre y no es el caso. Ya nos desquitaremos».

Ana López Segovia, otra de las chirigoteras más apreciadas, actriz y directora de teatro, ganadora de un premio Max por su última obra con ‘Las niñas de Cádiz’ admite sin vacuna que lo está llevando «mucho peor de lo que imaginaba. Pensé que al quedarme en Madrid iba a distanciarme de la tristeza, pero fatal. Mi marido y yo vagamos por la casa como almas en pena… Un desastre». Aunque matiza que la pena chirigotera es absolutamente secundaria: «Es imposible disociar cualquier suspensión o aplazamiento del dolor de este drama que estamos viviendo. Se acumula todo. Creo que ninguno nos esperábamos llegar así a este febrero. Sabíamos que iba a haber restricciones, que seguiríamos con mascarillas, pero no pensábamos que íbamos a estar, casi, en el punto de partida. La tristeza de habernos quedado sin Carnaval simboliza la pérdida de la pura alegría de vivir. Es global, claro, no solo de Cádiz». «Estoy viviendo todos estos días con la tristeza que tiene uno en el corazón el lunes que sigue al domingo de piñata: melancolía, paso del tiempo, añoranza… Esto es como una inmensa resaca, pero sin haber estado de fiesta», resume.

 

Y cuando podamos ¿Qué vendrá?
Por pura supervivencia psicológica, es imposible mirar al futuro, el Carnaval de 2022, o el de 2023, pisar las calles nuevamente… En el apartado de la esperanza, también impera la sensatez. «La verdad es que a estas alturas yo estoy ya en ‘modo Las Grecas’: prefiero no pensar, prefiero no sufrir», afirma Albandoz sobre lo que vendrá. Alejandro Leiva cree que «el Carnaval de la calle saldrá de esta suspensión temporal como entró. No va a estar ni menos ni más masificado. No va a ser mejor ni peor que otros años en la calidad de sus repertorios. Por lo menos en cuanto a sus agrupaciones. Eso sí, el primer Carnaval que se pueda disfrutar va a tener los efectos colaterales de todo lo que se ha prohibido y luego se permite, como cualquier fiesta postpandemia. A ver quién se va a acostar en esa semana…».

 

Ana López Segovia se queda con la enseñanza de que «si algo hemos aprendido de todo esto es que no sirve de nada hacer planes. No tengo ni idea de cómo estaremos en 2022, me da miedo hasta imaginarlo. Saldremos como tengamos que salir, si se puede, si nos dejan, celebraremos como siempre». Coqui Sánchez añade un matiz: «Por el hecho de que este año tengas privación de alegría no vas a tener el doble de alegría el año que viene, o el otro, creo que eso no funciona así. Lo que sí puede ser es que valoremos más. Pero en el Carnaval como en cualquier apartado de nuestras vidas». Fedriani también se apunta a enfriar las expectativas: «Creo que saldremos todos de esta situación con muchas más ganas, en el futuro, cuando se pueda, pero no creo que se vayan a dar muchos cambios».

 

En el Carnaval del Concurso del Falla, en este año de suspensión se ha creado un debate sobre la necesidad de ajustar el certamen aprovechando la pausa forzada por la alerta sanitaria. La calle, aquejada también de una notable masificación, evita caer en esa misma discusión, no la cree necesaria.
Todos los preguntados admiten la gran cantidad de grupos en las calles, a ratos problemática, pero rechazan cualquier opción de regular de cualquier forma por ser contrario a la naturaleza del Carnaval de la calle. Confían la suerte de este fenómeno deslumbrante al respeto común, a la complicidad entre grupos. Fernández Miró, en cambio, se muestra crítico: «Hace algunos años que no salgo de romancero. La calle está muy complicada». Y lanza un aviso, casi una pregunta: «O nos organizamos nosotros o tendremos una anarquía impuesta desde fuera».