Antonio Martínez Ares, en el desierto de Estoril

Por  7:49 h.

Si el Carnaval fuera una monarquía, Antonio Martínez Ares sería algo así como Juan de Borbón, Juan Sin Tierra, un rey sin reino, desterrado en Estoril quizá por ser más proclive a los contubernios de Munich que a la dictadura de un jurado o de un mundo del que conviene coger vacaciones o excedencias de tarde en tarde.
Sin embargo y con la venia de Joaquín Sabina, últimamente se le ve «extraño como un pato en el Manzanares,/torpe como un suicida sin vocación,/absurdo como un belga por soleares,/vacío como una isla sin Robinson,/oscuro como un túnel sin tren expreso,/ negro como los ángeles de Machín,/febril como la carta de amor de un preso…». Así está Martínez Ares sin el Carnaval y así está el Carnaval sin Martínez Ares.
Sonri-sillas, Calabazas, Los miserables –su primer primer premio y cuya crítica a Juan Pablo II le costó su expulsión de la hermandad del Nazareno–, La ventolera, El brujo, en homenaje al maestro de todos Paco Alba,  La trinchera, El vapor, de nuevo en pugna con su veterano y magistral rival Antonio Martín, Los piratas o Los templarios. También hubo derrotas, como la que sufrió su comparsa La milagrosa al inaugurar el siglo XXI: por primera vez en nueve años la agrupación no llega a la Gran Final y los problemas internos dispersan el grupo como si le hubieran caído encima los policías armadas de Antonio Rivas y de Julio Pardo. Buena parte del grupo y el propio Subiela abdican de ese trono y muchos de ellos se refugiarán en el castillo de Juan Carlos Aragón. Así que el rey temporalmente derrocado tuvo que buscarse una nueva corte, bajo la dirección del formidable Paco Trujillo: volvió a ganar batallas cuando muchos le daban por muerto, con La niña de mis ojos. O a perderlas, como ocurrió con La revolución: el reñido pulso con la comparsa de Aragón, aquel año, pasará a la historia de la fiesta. La última vez que sacó a sus ejércitos a este frente, fue con Calle de la mar, donde volvió a perder aunque se tomó una cierta revancha con sus bajancias Aragón y Subiela: él quedó tercero y ellos cuartos. Luego, se quitó de en medio, sin armar jaleo. Aunque como reza un proverbio africano, un gran silencio provoca un gran ruido.
Ya componga para otros artistas como Pasión Vega, Pastora Soler y Raphael, o bandas sonoras de películas como ‘Cosas que hacen que la vida valga la pena’, Martínez Ares, en el fondo, sigue sin irse del Carnaval. Las hermosas coplas de su hasta ahora único disco como cantautor guardan un poderoso sabor poético a cuarteta, a Cádiz profundo como ese hermosísimo himno del último romano del barrio de Santa María, o el casi obligatorio coqueteo gaditano con Cuba bajo el pretexto de Compay Segundo.
Y si La Habana guarda un secreto, que es que nunca se va de ella aquellos que la conocen, según cuentan en una hermosa canción Alejo Martínez y Paloma Ramírez, con el Carnaval también ocurre algo parecido. A pesar de su retirada, ahí está el Antonio Martínez Ares, pregonero en 2008, su obra de teatro ‘La Gran Final’ y su trabajo, durante esta edición, en las retransmisiones de Onda Cádiz. Desde el escenario o desde el patio de butacas, nunca falta nadie que le invite al regreso. Y, en rigor, él debería pensárselo de nuevo, hacer las maletas y coger el primer Comes que salga desde Estoril rumbo a Cádiz.
Así dejaríamos de estar, él y nosotros, más tristes que un torero al otro lado del telón de acero.