Y a hace unos días en el diario de un optimista, se esgrimía la conveniencia de otorgar el Premio Nobel a la Igualdad al Falla de este año por haber logrado que, por primera vez en tres décadas, dos mujeres retransmitan íntegramente una semifinal: se trata de Soco López y Paz Santana, solas ante el peligro y las cámaras de la Radio Televisión de Andalucía desde el pasado sábado, desafiando el machismo-leninismo de un concurso en donde no sólo la inmensa mayoría de las agrupaciones son exclusivamente masculinas sino donde suele ponerse a parir -Aragón y Nandy Migueles aparte- cualquier albur igualitario incluyendo por supuesto a Bibiana Aido, que hoy figura en el palmarés del I Premio Mujeres Constitucionales que naturalmente se otorga en Cádiz y que probablemente sirva para que la caverna arremeta de nuevo contra la quien fue ministra, hoy es secretaria de Estado y sigue siendo tan luchadora como Adela del Moral o casi.
Habrá que ver cómo les queda el smoking estilo Manolo Casal o Modesto Barragán a ambas en la Gran Final, pero manda narices que desde que en los años 80, Joaquín Petit y Juan Teba fueran fichados por TVE para retransmitir en diferido la Final, no se ha visto a dos presentadoras cabalgando solas en la noche audiovisual de las coplas. Claro que, al año siguiente de aquella célebre ocasión, Inés Alba le cupo ya el honor de compartir plató improvisado con Enrique Márquez para contar el Carnaval ante las cámaras de aquella misma cadena pública, en tiempos tan remotos que todavía ni siquiera existía Canal Sur.
También es el primer año en que el Jurado del Concurso Oficial de Agrupaciones lo preside una mujer, María Victoria Smith Agustina, que tiene nombre de actriz de carácter en una telenovela venezolana pero que a sus 67 años tiene mucho más pedigrí carnavalesco de algunos de quienes hayan podido criticarla por un quítame allá ese género. Ni acertará ni errará más de la cuenta ese Jurado porque en el mismo también figuren otras damas como Rosario Rodríguez Tenorio, Ana María Díaz Camacho, Dolores Romero Neiro o Sonia Fopiani Mora.
Pero, ¿y en las agrupaciones? Aquí las únicas cremalleras que se abren son las de los satirones, no las de la composición de las agrupaciones, mucho más cerradas que las hermandades y cofradías de Semana Santa en Andalucía, donde ya existe la igualdad en la penitencia aunque sea por orden expresa de los obispos. Dicen los entendidos y sobre todo los enteraos que las voces de las mujeres no sirven para esto. Y si bien es cierto que no abundan las caballés, tampoco los Pavarotti.
Eva Tubio, impagable letrista de las chirigotas callejeras ‘Las mujeres anuncio’ y ‘Las mangas anchas’, criticaba en su blog esa clara desigualdad de género que vive el Falla y que a duras pena corrige la calle:
«Todavía no ha empezado el Carnaval y ya berrean algunos. De nada sirve que me cubra los oídos, el desprecio se me cuela entre los huecos de las manos: las mujeres suenan mal, dice alguien, no me gustan las chirigotas de mujeres, sentencia otro, a fregar, clama un gracioso ante la pantalla de Onda Teo a una comparsa femenina mientras le ríen la ocurrencia los compañeros de barra. El veneno me va pasando de los conductos auditivos hasta el estómago. A mí como a tantas otras. Podríamos tomárnoslo con calma y esperar que el tiempo y las escuelas de Carnaval vayan dando sus frutos y veamos a nuestros hijos e hijas compartiendo de verdad la fiesta, cantando en igualdad numérica primero, tocando con soltura los mismos instrumentos, componiendo letras en similar cantidad y calidad, y quizá a más largo plazo también la música; aunque me temo que, cuando finalicen la escuela, unos y otros tomen rumbos diferentes. En todo caso es tanto el agravio y tanto el retraso que cuesta mantener la calma. El fenómeno es muy simple, a lo largo de la historia del Carnaval la mujer ha ocupado el mismo espacio que tenía en la sociedad, o sea el espacio privado, de ahí que nuestra participación se redujera al papel de madre, esposas e hijas de los participantes, a los que esperaban en casa tras largas tardes de ensayo; costureras abnegadas de disfraces, cocineras en degustaciones populares, o mantenedoras de la armonía familiar en noches de juerga. A lo más que podíamos aspirar era al papel de musas inspiradoras de las coplas (gaditana bella, gaditana madre), y en un escalón superior, las agraciadas o hijas de gaditanos ilustres, a ninfas o diosas de la fiesta; a lo que menos, al de protagonistas de aquellas letras inspiradas en la fealdad de la vecina del quinto, la «ligereza» de cascos de la prima, los problemas sexuales de la «cuarentona» o «La bruja de la suegra». Mejorando a las presentes.