BASADO EN UN HECHO REAL, POR JUAN JOSÉ TÉLLEZ

La relación de Luis Cernuda con el Carnaval de Cádiz

Por  1:02 h.
La relación de Luis Cernuda con el Carnaval de Cádiz

 

Es bien distinta la realidad que el deseo, tendrías que saberlo ya aunque no hayas leído nunca a Luis Cernuda. Hay un imaginario del Carnaval que no responde a lo que se percibe en vivo y en directo. Hubo una ensoñación idílica de las carnestolendas del pasado, que prosperó durante la clandestinidad de las fiestas típicas como evocación remota de las máscaras pretéritas, de aquel mundo épico roto por la guerra y las postbélicas hambres que diría Fernando Quiñones. El Carnaval que se sueña hoy es distinto del que transcurre: este botellón masivo, esta arribada masiva de viajeros en busca de una leyenda, rompe con el retrato robot de aquel Carnaval doméstico, casi íntimo, al alcance de la mano, que fue creciendo durante los primeros años de la transición democrática pero que, treinta años después, resulta inevitable que se haya transformado para siempre.

Hay días y hay momentos en que retorna aquella añeja esencia carnavalesca que tanto añora el casticismo gaditano: ocurre naturalmente entre semana -hoy mismo, lunes de coros- y especialmente a ciertas horas del día o de la noche en rincones perdidos que sólo conocen los iniciados, aunque cada vez hay democrática y lógicamente más iniciados. Probablemente no volverá ya nunca ese Cádiz melancólico, porque su reino no es de este mundo: con la fuerza de la razón y no con la razón de la fuerza, logramos acabar con los martillos de goma pero resulta dudoso que algún día sepamos acabar con las calles convertidas en mingitorios o en vomitorios, sin que en la hoja de ruta de ningún partido político que acuda a las municipales aparece todavía la necesidad de buscar soluciones y servicios higiénicos públicos a una ciudad que vive frecuentemente en la calle y que no siempre tiene oportunidad de utilizar los servicios higiénicos de los bares.

El resto, no lo olvides, debe ser bienvenido, incluso la cara de panoli del que viene de más allá de Puerta Tierra e ignora que la diversión es un rompecabezas que reconstruimos entre todos y que aquí está mal vista la cada vez más frecuente figura del espectador. Habría que poner mala cara, en cambio, a la jeta de esos enterados que caricaturizara el Selu, los derrotistas de intramuros o de fuera, que piensan que la fiesta es patrimonio de unos cuantos, de unas oligarquía popular de la copla, de una sola calle de la risa, de un solo barrio del tres por cuatro, de una sola ciudad cuyo gran secreto siempre fue no encerrarse en sí misma y desembocar en América o en el mundo, sin dejar de ser ella. Ya parece incluso imposible que la alegría pueda celebrarse sin que tenga que gestionarla el Ayuntamiento o esté patrocinada por una empresa privada, acostumbrémosnos. El Carnaval ya es una burla del poder por parte de quienes no lo tienen, sino otra forma de ejercerlo. El Carnaval de hoy ya no es un acto de rebeldía sino un chiste sin más. ¿Y qué queremos que sea, amigo mío, si ya tampoco nuestro pueblo es un motín ni tenemos utopías que echarnos a los sueños, y si no somos capaces de cambiar la historia, cómo vamos a cambiar esa lenta desamortización de nuestra fiesta? Desconozco si con la resaca del fin de semana, serás capaz de entender lo que digo.

Incluso ignoro si yo soy capaz de explicarme. Pero me gustaba la vida cuando éramos capaces de creer, con aquel comparsista llamado Luis Cernuda, que la realidad debe ser el deseo cuando los deseos se conviertan en realidad.