Acaso estabas allí, aquella noche, en la escalinata de la Facultad de Medicina, con Los Dedócratas cantando afuera del teatro «Aquí no pasa ná/esto es un cachondeo/porque todos los cargos/ y nombramientos/ han sido a dedo»?. Febrero volvía a ser febrero pero nosotros, los de ayer, ya no somos los mismos.
Corría el año 1977 y la primavera de España se adelantaba. El carnaval volvía a su fecha de siempre o de casi siempre, la del XVIII y aquellas máscaras venecianas que alguna vez te pondrías con un miriñaque de papel. La fecha de don Carnal frente a doña Cuaresma. Ni fiesta, ni típica, carnaval a secas y los tangos que habían sido compuestos por Fernando Galván con letras del autor Miguel Villanueva, sonaban con sorna entre nadiuskas y retrancas de goliardos metidos a tunos: «Con los dedos de la mano/ una historieta inventarán/son cinco como ya saben/ los que manejan la sociedad».
Allí estaban el meñique, «aficionado a lo del destape», el anular, vanidoso y presumido que suele llevar sortija «sobre todo si va a misa», y el del centro, el de los cortes de manga y el índice, el más usado y sinvergüenza, a la derecha del gordo, «en vertical signo de victoria/y entre los dos si se fijan/formando una pistola/ por eso se descomponen/ cuando le hablan de la reforma». Había muchos dedos y pistolas apuntando, en aquellos días, contra las ganas de aire fresco, de luz y de taquígrafos, de urnas que no fueran funerarias.
Yo te presentía allí, escuchando a aquel puñado de voces que había tenido que afinar el maestro Antonio Escobar, bajo la batuta –según rezan los papeles—de Miguel Ángel Maján, ‘El Poleo’. Todos teníamos alias por entonces. Pero tú más que ninguno de entre aquellos cuatro gatos que corrían delante de los grises o de los que, ya a cientos, en el otoño siguiente y a pesar de las primeras elecciones democráticas, habrían de alzarse contra la dictadura de la reconversión naval.
«Nosotros lo que venimos aquí es a cantar, a que se nos escuche. Y ya está. Nosotros somos el pueblo y con participar en el Carnaval nos basta», declaraba Francisco Garrido, uno de aquellos dedócratas, con el mismo espíritu de sufragio universal que iba a inundar de carteles las calles tan sólo un par de meses más tarde, antes de que el mes de junio cambiase definitivamente los papelillos por papeletas.
Ya el carnaval se vestía también de blanquiverde, como un presagio del 4 de diciembre y del 28-F, pues no en balde aquel año las nuevas carnestolendas se despidieron premonitoriamente un día 27. Allí estaba ‘Nuestra Andalucía’, de Pedro Romero, quien recordaba con más razón que un santo que «el escribir de manera comprometida en estas fiestas ya se hacía 40 años atrás». La ironía y la denuncian salían de las toperas y hasta la risa parecía más limpia.
Los coros ya habían dejado de ser reuniones ilegales disueltas por la actuación de la policía. Seguro que estabas contenta y esperanzada como todos nosotros. Pero, ¿dónde estabas tú, querida libertad? Y sobre todo, ¿dónde vives en nuestros días, ahora que te han secuestrado los mercados como a tantas otras cosas?