En mi dura adolescencia en el barrio de La Viña fui
consumidor habitual de jerseys de piquito. Mi madre me los compraba en
Loher y los tenía en rojo y amarillo (qué me recuerdan a la bandera de
mi España) y alguno azul…aunque a mí el azul nunca me ha gustado
mucho. Eran la prenda ideal para combatir el relente, abrigaita por lo
que es la barriguita pero te dejaba el pechito libre, lo que un
adolescente como yo agradecía mucho porque con un poquito de suerte se
te veía algún pelito del pecho. Por entonces los únicos que se
depilaban eran…los que cosían pa la calle.
Todo el mundo lucía yersis de piquito. Se llamaban
así porque lo que es la apertura del cuello la tenían como un triángulo
isóceles y la apertura te llegaba hasta el tercer botón de la camisa.
Era la prenda ideal para una ciudad de clima templado como Cádiz, un
ejemplo textil de adaptación al medio y también un elemento de
satirismo para nosotros los niños en edad de tirarse al pilón a la
mínima posibilidad ya que este tipo de yersis podían dar grandes
alegrías en caso de agachamiento de fémina en angulo de entre 45 y 90º.
La chirigota de Los que cosen para la calle sacaron
ayer a escena el jersey de piquito. No sé si todavía quedaba alguno
guardado en el sótano de Soriano o si Zara está dispuesto a sacarlo de
nuevo como la prenda fetiche de la primera década del siglo XXI, pero
lo cierto es que aparecieron en el escenario del teatro Falla.
Sacaron un yersi de color amarillo, un amarillo
clarito, casi de mayonesa laight. Por ser exactos no llegaba a tener el
color de la Musa, pero tampoco eran tan claritos como la salsonesa
Calvé, eran de un color mayonesa de fusión, casi de laboratorio.
Pero donde estaba el toque genial no era sólo en el
yersi de piquito sino en la presencia, debajo, de otro clásico, el
yersi de cuello alto, también en vías de extinción. He de confesar que
nunca quise saber nada de los yersis de cuello alto porque el cuello te
picaba una jartá y además parecía que uno iba al colegio inyesao, y
para los inyesados ya estaba la clínica San Rafaé.
Cuando ayer vi aquella combinación entre yersi de
piquito y yersi de cuello alto, inmediatamente se me vino a la cabeza
la singular estampa de toda una institución de La Viña: La Petróleo.
La Petróleo, siempre escamondá y luciendo su moño
recogío perfectamente arreglado, lucía a menudo por su calle Cristo de
la Misericordia la combinación de piquito y de cuello alto. No sé si
alguna vez cosió para la calle, pero la calle bien que la limpiaba la
pobre mía porque yo siempre que pasaba por allí la veía con una fregona
dale que te pego. Adelantada a su tiempo, salió del ropero pero de la
puerta de enmedio dónde estaba el espejo, para darse así más glamour,
porque aún, cuando decidió ser mujer, los armarios no se habían
inventado.
Además, la Petróleo, siempre lucía la especialidad de
yersi de piquito con yersi de cuello alto en su modalidad más
arriesgada, la de una tallita menos, con lo que aparecían bultos por
todos lados.
El Carnaval de Cádiz es injusto con la chirigota del
Selu, como se le conoce, porque siempre se habla de ella, pero en un
segundo plano. Quizás porque sean discretos y raramente dan problemas y
eso no es habitual en las estrellas.
En la noche del jueves volvieron al sobresaliente
sostenido, que es su nota de cada año y trataron un personaje difícil y
tópico, el homosexual que se dedica a la sastrería, con una ternura que
dice mucho tanto de la calidad humana como artística de los autores. Un
repertorio que fácilmente podía haber contenido muchas rimas terminadas
en ajo, terminó siendo el triunfo de la segunda intención, que es una
de las asignaturas más difíciles de manejar y donde José Luis García
Cossio es niño prodigio.
Pero es que además el personaje estaba perfectamente
calcado. Unos 50 años, un pelo con más tintes que una fábrica de
barnices y su metro de tela colgando del cuello como si fuera una
bufanda. Uno de los detalles que más me gustaron fueron las manos, unas
manos que parecen que están siempre como a punto de bailar sevillanas.
Sastres de bolsillo endeble, de los que viven de
alquiler y que denunciaron el problema que tienen en Cádiz con los
asustaviejas. Los pobres míos vivian en un piso con tanta humedad que
cuanto levantaban el sumier le aparecían debajo una plantación de
champiñones.
Sastres especialistas en fruncidos, sisas y
dobladillos, aunque los mejores dobladillos seguirán siendo siempre los
que se ponían en el Bar Terraza: filetitos de caballa, pimientos
morrones y un pegotón de mayonesa…Esa si que es la Santa Trinidad.