Acto de fe en Fabio Rufino

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El gallo rebozao marida a la perfección con la
Cruzcampo fresquita. Amó a dejano de pamplina, ni fino La Ina, ni
manzanilla, ni un blanco de la tierra. Cruzcampo fresquita. Son
recomendables 20 picos de tamaño mediano, no más. La combinación
perfecta son dos picos por trozo de gallo. Ni más, ni menos.

Deglutí (que verbo más fino, verdad) con rapidez. A
las once había quedado con unos amigos para escuchar a «los huevos
cocíos más que pasaos por agua», una chirigota en la que sale mi primo
que es de Barbate, pero en carnavales el es de la Viña. Le habían hecho
ya un cuplé al gato que se había contagiado de la gripe aviar y otro al
cordón umbilical de doña Leonor, que tiene guasa la cosa porque rimar
cordón umbilical es una jartá difícil.

Siempre me gusta, cuando como gallo rebozao en el
Terraza, comérmelo mirando a las torres de la Catedral y pensar que es
el único lugar del mundo donde se puede hacer eso, que se joan los de
Nueva York, que ni tienen gallo rebozao, ni tienen a Pelayo, ni tienen
las torres de la Catedral.

No tomé postre. Estaba más lleno que el Carranza el
día que el Cádiz jugó contra el Madris (un saludo don Florentino) y
temía que si comía más cruzaría el arco del Pópulo vencido de la
derecha y yo quería entrar en la plaza de San Martín totalmente
cuadrao, como la cuadrilla de Ramón Velázquez cuando entra en el
Palillero bailando por capillitas.

Cuando llegué ya la chirigota de mi primo la había
liado con su famoso estribillo «huevo, huevo, mira niña como los
llevo», que acompañaban con una especie de baile de caderas, pero todo
ellos vestidos como de calimeros, pero sin pollo.

«¿Quiere?», me dijo un tio que estaba al lao. Me dio
de beber de una petaca. No sé lo que tendría aquello, pero desde ese
momento todo cambió. Cuando volví la cara el de la petaca ya no estaba.
Tenía la boca como dulzona, pero medio dormida. No sé una sensación muy
rara.

Sentí ganas de mingitar (otro verbo fino). Vamos que
me estaba meando. Me acerqué al Malagueño pero en la cola de los
servicios creo que estaba Málaga entera. Intenté acercarme por otros
bares pero en todos había cola y lo malo es que aquí no hay reventa,
porque yo esa noche, pagaba cien euros, por colarme y vaciar el
depósito.

La cosa se hacía insostenible. Pero me dije a mi
mismo. Oé, que soy gaditano e imbuido por el espíritu patrio me fui
para la pared dispuesto a darle humedad a la piedra ostionera de Fabio
Rufino 5, bajo derecha.

Y cuando estaba en lo mejor del querer, una voz como
de niña del altavoz de la playa Victoria, pero en masculino, salió
desde la noche y me dijo «quillo, no te da vergüenza ir meándote por
las esquinas». Me cortó el punto. Miré para arriba y subido en una nube
de algodón dulce, como el que venden en las ferias, me encontré la
figura de San Agapito Cenicero. No es que yo supiera que era San
Agapito sino que en la túnica tenía puesta una ficha, como las niñas
del Supersol, donde ponía su nombre y que pertenecía a la Asociación
Oficial de Santos.

San Agapito Cenicero, mientras que yo me subía la
cremallera porque no es plan que se te aparezca un santo con la
cremallera bajada, mojó su dedo pulgar sobre una palangana que portaba
en su otra mano y la extrajo manchada y me hizo una cruz sobre la
frente y pronunció estas palabras. Carnavalero meón, en Miércoles de
Ceniza se produce tu conversión. Abandona el pasodoble y los cuplés
agrios y a partir de este momento sólo pensarás en asistir a quinarios,
besapiés y septenarios.

Tras imponerme la ceniza San Agapito se alejó de mi a
velocidad de moto de la Policía Local y desapareció por encima de la
azotea con destino a quien sabe donde. Yo no pude reprimirme, me
acerqué a una que iba de florero y le quite 7 petunias y tres
margaritas. ¿Qué hace coóne? Me dijo la tía. Yo le debí de poner tal
cara de santidad que la pobre mía me ofreció una dama de noche que
llevaba de pasada y medio bocadillo de tortilla que llevaba en la boca.
Todo el mundo me miraba y me abría paso como si yo fuera Moisés
abriendo las aguas. Incluso un tío que se estaba bebiendo a gollete una
botella de ron, la tiró al suelo a mi paso. Cogí San Martín arriba y me
postré con las flores delante del cuadro del Cristo que hay en Santa
Cruz. Allí me quedé quieto hasta que por la mañana abrieron la Iglesia
y desde entonces allí estoy al lado de la urna del Santo Entierro
dándole besitos. La luz se ha hecho en mí…pero darme un poquito de
agua que tengo la boca seca de tanto cariño.