Me gustan las agrupaciones que vienen de fuera, quizás porque tengo la edad suficiente para recordar cuando en la guía telefónica, el plano que enseñaba de la ciudad en su página central, acababa rotundamente en las murallas de las Puertas de Tierra.
Aunque nací donde y como Dios manda, en la cama de mis padres y frente a Casa Crespo, encima de La Alhambra, cumplidos los siete años toda la familia, nos hicimos Laguneros, Beduinos para entendernos. Ya desde entonces mantenía una especial relación con los planos. Me hubiera gustado saber y enseñar dónde me encontraba, la distancia al mar, cómo era el Polvorín, hasta dónde llegaba el campillo de los juncos, dónde empezaba el bosque Rebeca, la vaquería de Diego, dónde estaban construyendo el Carranza y cómo se llegaba a la Huerta Picardía atravesando las chumberas desde la vía del tren y hasta dónde llegaba el charco del Corazón de Jesús cuando llovía.
Pero todos los planos de la ciudad de Cádiz que se podían ver en las escasas guías turísticas existentes, terminaban para mi pena, rozando las murallas de las Puertas de Tierra, y no hace tanto (o sí). Con este recorte cartográfico no me extrañaba que agrupaciones beduinas tuvieran en cadi-cadi, la consideración de «origen lejano», y la creencia de que el Carnaval les venía un poco de lejos, «no es lo mismo» se oía.
Hemos cambiado, y hacemos bien en dar calor a todo aquél que viene de fuera a vivir la experiencia del concurso desde dentro. El Carnaval es libertad, en su expresión y sus coplas está la ocasión de saber utilizarla, cantar y componer es una facultad, una demostración de cada sensibilidad aplicada. Cada día, el Falla en el gozo de preliminares nos enseña gratitud, la emoción de muchos, de estar donde llevan desde siempre queriendo estar, humildad para luchar sabiendo que las hay mejores y el orgullo de saber que también ellos son necesarios aquí.
Cuando ya todo acaba, para los que no pasan, se van contentos por haber participado, emocionados de aguantar el tipo, aprendiendo de todo lo que ven y sobre todo, deseando volver. Esta proeza inexplicable, gusta, se admira y se respeta. A todos les debemos gratitud por gustar de lo nuestro, por querer dar lo que tienen, por llevar, sembrar y transmitir esto de aquí a las gentes de allí y porque dentro de cada uno de nosotros, sabemos que se trata de un verdadero, probado y generoso acto de amor. Esto es Cádiz.