LAS COSAS DEL GAFA

Por las simas del Falla

En el concurso del Falla también hay espeleólogos

Por  7:59 h.

Es conocido el interés ancestral del ser humano por explorar las profundidades de la tierra. Desde siempre hubo personas  que descendieron por tenebrosas cavidades en busca de no se sabe muy bien qué. Quizá solo el placer de llegar tan bajo como nunca llegó ningún otro.  

En los días que corren, esto no es cosa solo de osados deportistas. En el concurso del Falla también hay espeleólogos. Normalmente, el aficionado medio espera con ansia la actuación de la agrupación del autor consagrado de turno, a la que asiste con cierta pasividad reverencial. Sin embargo, el espeleólogo del Falla es un espectador que busca otro tipo de emociones. Se complace en la búsqueda activa de lo feo, de lo grotesco, de lo cutre. Es un intrépido cazador de lo peor. Posee un poderoso radar para detectar espeluznantes tesoros que pasan inadvertidos para los que no son como él. Los espeleólogos del Falla sienten una rara fascinación por la torpeza. Experimentan un genuino placer cuando una comparsa comienza su popurrí intentando un juego de voces imposible que termina sonando como una terrible disputa felina.  Les deleita esa otra cuarteta pretendidamente seria sobre el acoso escolar cantada a ritmo discotequero.  O ese tipo inefable de bandoleros con un extraño artefacto en la cabeza. O aquella propuesta con la que el autor quiso hacer su particular contribución a la lírica amorosa sentando a una incauta joven en un banco y soltándole los peores ripios imaginables. O esa sentida dedicatoria que profiere a bocajarro un chirigotero: «¡Va por ti, Miliki!» O cuando otro grita, sin atisbar ni de lejos la repercusión que tendrá  su pregón: «¡El afilaooooó!»

Los creadores de estas obras de culto, de ese culto subterráneo y exclusivo de los espeleólogos del Falla, no suelen ser conscientes del efecto que provocarán, ignorantes como son por lo general de las más rudimentarias reglas estéticas. No entienden por qué sus creaciones no son bien aceptadas por el gran público ni por el Jurado y aún menos por qué un reducido número de aficionados sienten ese fervor hacia ellas que les lleva incluso a utilizarlas como tono de llamada en sus móviles. Quizá algún día recibirán el reconocimiento que merecen. Descolgarán el teléfono cualquiera mañana y una voz del otro lado les anunciará con solemnidad y un puntito de mala leche: «Fulanito, ha sido usted nominado para los Premios Holoturia».