Resulta difícil definir el Carnaval o mejor, los carnavales de Cádiz. Cuando explicamos al forastero de qué se trata, resulta que empezamos a hablarles en borrador, obligados a hacer tachaduras, superponer frases, revolver, renombrar, redefinir ideas que al momento resultan ser contradictorias, y al final, para acabar recomendando que se dejen llevar y hagan lo que el cuerpo les pida siempre que su objetivo sea la risa, de sonrisa o carcajada. Poco a poco, hemos llegado, afortunadamente, a una forma especial de pasarlo bien, y casi sin saberlo contagiamos a todo aquel que viene. Pasamos, sabiendo que no nos damos cuenta, de espectadores a protagonistas y recorriendo todas las facetas del espectáculo. El principal escenario es la calle, pero aquí es diferente, es la propia calle la que produce atmósfera, engendra tramoyas y decorados cambiantes. Todo está donde debe de estar, en su momento y con la luz equilibrio y sonido apropiados. El público sabe que en diferentes fases del espectáculo, esté donde esté, sin saberlo sin notarlo pero consciente de su papel, ha de transformarse en intérprete de la acción, en director, balanceando su conducta, su papel y su acción improvisada, por todas las ramas del espectáculo. Hemos llegado a consolidar conscientemente, una forma creativa de diversión, y una creatividad verdaderamente divertida. Los actores, la luz, el público y las funciones de tarde y noche están ahí, para que participemos con la conciencia de que nunca se sabrá ni el momento ni el papel que te tocará. Pero lo que sí se sabe es que vivir, interpretar y disfrutar lo que vas creando resulta de lo más satisfactorio.
En fin, para los que se van, para los que no van, para los que se encierran, y para los que todos sabemos, tengo una frase de mi abuela que me repetía en mis desengaños: «Quien no te quiere no te merece».