Visto lo visto, se podría haber ahorrado el jurado del COAC casi veinte días de concurso. Total, al final, podrían haber pasado lista el primer día y haber mandado a los demás a su casa. Tiempo y dinero ahorrado. Frío y sueño ahorrado. Porque para escuchar el veredicto del pasado sábado no hacía falta esperar tanto, el veredicto del compromiso. Pasan los que ya tienen un nombre -en comparsas van a tener que hilar muy fino-, los de siempre -¿siempre son buenos los que se supone que son buenos?-, los que venden por ahí fuera. Para eso no hacen falta tantas horas de ¿concurso?
Un concurso anquilosado que sólo apuesta por la innovación a la hora de salir por la tele. Todos hacen lo mismo: unos forillos desmesurados ¡algunos con suelo!, los cameos de ¿famosos?, un mobiliario como si cantaran en Televok, -¿saldrá la chirigota del Love a la calle con medio Holliday pegado en el tipo?- y una parafernalia que gustará mucho en La Carolina, pero que aquí ya aburre y cansa. Porque esto no son las Fallas, ni los Oscar; es Carnaval y me parece que también es la hora de poner las cosas en su sitio.
Por eso te voy a decir cosas que nunca te dije: No me gustan las presentaciones a oscuras, no me gusta que la penúltima cuarteta del popurrí arranque aplausos para luego continuar cantando, no me gustan los musicales, ni Bollywood, ni los niños que salen de figurantes, ni los chistes mal metidos en los cuplés, ni Ramoni sudando sangre, ni que el público lo aplauda todo, todo.
Pero en fin, lo de semifinales era lo que se esperaba.
Ahora es cuando empieza el concurso ¿o no?