Ilusionado y muy contento, así es como afronto este nuevo año la colaboración para este periódico, con la salvedad de escribir también para mi agrupación y que por tanto hace que se me amontone el trabajo y, como diría mi ‘mare’, «me aturrulle» aún más. Hablando de aturrullar, hoy me gustaría centrarme en los días de estrenos y como no podía ser de otra forma, en lo que conlleva un día de estreno en el Gran Teatro Falla, en los que yo personalmente no consigo nunca llevar muy bien y uno anda más nervioso que un perro ‘perdío’.
En la semana previa ya hay una serie de comportamientos inhabituales y extraños por parte de los ‘contagiados’ como llevar la bufanda 24 horas al día, pasar por la farmacia para cargarse de caramelitos mentolados, uno o dos ‘paracetamoles’ diarios o el tradicional vasito de leche y miel calentita justo antes de irse a la cama. Todo esto hace que los primeros en contagiarse sean los que están a tu alrededor, o sea, el resto del grupo y ahí es donde empieza lo peligroso porque ya se convierte en epidemia, más conocida científicamente como ‘Cagaleri for cuarté’.
A medida que se acerca el día de estreno, todo va incrementándose en dosis mayores y los efectos secundarios se manifiestan ya con las personas más allegadas, con reacciones como contestaciones fuera de tono o incluso no parar de hablar en todo el día hasta que recibe un «¡¡¡.cállate ya, cojonesss!!!» El tan ansiado día de estreno es ya inenarrable, totalmente desbordados todos, encima son citados con muchas horas de antelación para vivir esos últimos minutos juntos, con lo cual imaginen la terapia entre tanto ‘afectado’, donde cada uno intenta demostrar que él es el que controla, algo que no se cree nadie.
Sin duda el día de estreno es el pico más alto de gravedad, aunque aún van quedando reflejos según los días de actuación que se vayan teniendo. No se considera a nadie totalmente curado hasta que curiosamente sale por las puertas de Salesianos El Despojado, así que cuidensé de la mejor manera hasta que se dé con el antídoto. Agur.