Discurría el tramo final del Concurso de Romanceros en el Falla en busca de la rima canalla, la cuarteta inspirada, el verso con arte, cuando el bolliwudiense Bablé presenta la actuación de dos ilustres veteranos, Antonio Camacho y Pepe Scapachini, con ‘El PP de la Pepa’. Scapachini saluda al auditorio vestido de piconera chunga mientras que su ‘partenaire’ Camacho, de general franchute, se dispone a hacer una reverencia al respetable. Quien sabe si por el aliño previo, la oscuridad del patio de butacas, o los focos que le ciegan más, el pobre hombre calcula mal y cae con estrépito al foso. Desconcierto. Momentos de tensión. La rápida actuación de la seguridad y el servicio de urgencias le atienden de inmediato. Murmullos, múltiples clics que indican la captura del instante con la cámara del móvil, entrecortadas. Los sonidos del silencio. Por momentos el concurso queda interrumpido. Instantes después, se anuncia que Scapachini actuará en solitario. Hay mil euros en juego y no se puede dejar pasar esta oportunidad. Tira de tablas y realiza una admirable interpretación con ayuda de una chica del personal del teatro que colabora aguantando el cartel. Aquí no ha pasado nada. El público ríe y aplaude las ocurrencias del curtido romancero, que maldice la suerte de haberle tocado actuar en el puesto número trece, y lo despide con una gran ovación. Durante su actuación no dejé de acordarme de ‘Danzad, danzad, malditos’, película de Sidney Pollack ambientada en los años de la Gran Depresión, donde gente de toda clase y condición se apunta a un maratón de baile en busca de un premio mientras que otros se divierten empleando su sufrimiento. Incluso otros ‘compañeros’ y algún graciosillo entre el público bromearon con la ‘pedazo de presentación’ que acabábamos de presenciar.
Gracias al Dios Momo, no fue nada grave. Si acaso magulladuras, un par de costillas rotas y el brazo en cabestrillo. «Show must go on». La condición humana.
OPINIÓN
Danzad, danzad, malditos
Por José Manuel Ramos Pichili , 10:39 h.