
El público medio, el general, el neutral, desaparece y quedan los iniciados, los integrantes, los que están metidos hasta el cuello en esto. La prueba es que anoche, a la salida del Falla para consumir una dosis de nicotina (y alquitrán, y benzeno, y cianuro, y sabe Dios qué más le echan, véase la película ‘El Dilema’) solo había una conversación en la puerta. Eso sí, era tremenda. Un hombre, a voz en grito, aseguraba que se iba a cargar a cuatro «impresentables» de su grupo porque estaba hasta el pito (de caña, claro) de su mala actitud. Una pena que no se supiera quién era, ni a qué cuatro se refería y que, aunque hubiera sido reconocido, habría estado feísimo ponerlo aquí. Pero sirve como prueba de que, a estas alturas de ecuador de la semana, el Falla queda para los involucrados. Coristas que escuchan a coristas, comparsistas a comparsistas y así hasta completar cuatro modalidades. Asuntos internos. Ahora les toca a ellos. Los seres humanos convencionales vuelven el viernes.
Primeras quinielas
En los corrillos humeantes insisten en descalificar como candidatos al primer lugar a la chirigota del Selu y a la comparsa de Aragón. Los mismos, dan por hecho que Bienvenido y Nandi Migueles ya tienen la mitad del laurel para la corona. Una osadía en los cuatro casos. Una desconsideración hacia los dos primeros, un pesado exceso para con los dos últimos. Una temeridad, en suma, por no haber escuchado aún a todos. Es el juego.
Martínez Ares, Aguja de Oro
Respecto a los pelotazos, decían los toxicómanos fumadores, solo hay unanimidad en uno: las camisas y ‘jerseyses’ con los que sale Antonio Martínez Ares por la tele no tienen rival. Que si ha recuperado la blusa de ‘Carnaval 76’, que si le sobró tela de ‘Calabazas’ y la está aprovechando. Nadie se atreve a llevar la contraria. La Aguja de Oro de este año es para… El Niño. En la red social Twitter se ha creado un grupo que se llama ‘lacamisademartinezares’ que cada día se dedica a desmenuzar el atuendo del excomparsista y presentador. El repertorio de coñas que aparecen supera, de largo, al de casi todas las chirigotas oídas.