El artículo pasado lo dedique al componente más infravalorado y que, sin embargo, es el más determinante para el resultado final de la obra: la música. Ella establece el límite al que aspira la copla. Una música de diez, si está bien acompañada por el letrista —lo de poeta, vamos a dejarlo— aspira a lo máximo, e incluso sin ser acompañada con igual dignidad por el texto, el resultado será notable; y lo será en todas ellas, de ahí su relevancia.
Aun así, que el nuevo reglamento del COAC relegue el esfuerzo de tener que enfrentar un folio en blanco durante tantos meses a un tercio de la puntuación, es casi obsceno. Igual que el trabajo del músico, tan determinante para el resultado final, es más fruto de talento e inspiración (algunas músicas deliciosas me consta que surgieron de la cabeza de su autor en el tiempo de un café), la obra del letrista, además, tiene un componente de transpiración importante. Una batalla de días, semanas o meses para encontrar la palabra precisa y la rima adecuada. Y ya, los buenos, añadirán el ingrediente de la acentuación y algo fundamental: adecuar la intensidad literaria (o humorística en el cuplé) con la musical. Ese es el momento ‘pellizco’ o ‘vellito de punta’. No solamente hay que saber lo que hay que decir, también cómo y en qué momento conviene. Por ello es tan complicado, y un pasodoble o tango cuando está en sintonía afectiva con la música (y con la correcta interpretación de los ejecutantes) te puede llegar a noquear.
La evolución en la calidad de las letras en las últimas décadas ha sido más que notable, especialmente en comparsa. La incorporación de autores más preparados académicamente, provoca una competencia terrible por sorprender aún más que el brillante compañero, y se les exige temas poco utilizados o al menos perspectivas novedosas, letras provocadoras, los ya característicos giros argumentales finales (o finales ‘acarapapados’, como me gusta definirlos)… y si no, el trabajo de todo ese tiempo termina en la papelera o, con suerte, publicado en Facebook como ‘pasodobles inéditos’.
Revisar coplas antiguas de autores hoy consagrados, confirma la evolución ascendente en los textos que la competencia ha provocado; como también en extensión: ahora algunos tangos son popurrís, los pasodobles son tangos y los cuplés, pasodobles. En solo algo más de tiempo en que el ‘punteao’ de cualquier comparsa de hoy se exhibe, Paco Alba dejó para la historia joyas aún no superadas.
«…luego ilumina al resto del planeta»