Cuando alguien dice que una agrupación suena a Cádiz es porque en su composición tiene matices que llegan, que el oído lo percibe aunque no seamos conscientes de ellos. Yo soy muy de matices. Creo que ahí hay parte de la esencia de las cosas, y a veces, hasta de la identidad. Me reconozco un pejiguera por ejemplo en el sonido de las horquillas en Semana Santa y de la percusión en las agrupaciones de carnaval. Veo ahí matices que hacen que ‘suenen’ a Cádiz, aunque en el mundo cofrade para algunos de mis amigos esto le parezca un sacrilegio.
Una buena orquesta, y por ende, un buen caja, es capaz de dar color y sabor a una agrupación, de hacerla más rica sin que nos demos cuenta, porque es algo que tenemos interiorizado. Por contra, una mala caja puede estropear la mejor de las músicas. Por eso, siento admiración por algunos de ellos, como Gamaza, de la comparsa de Martínez Ares, que además de tocar y cantar bien transmite con su forma de moverse un empuje al resto del grupo que es digno de apreciar. Casi siempre nos fijamos en la primera fila, pero en la de atrás hay muchos matices dignos de admirar.
Y he de reconocerlo, tengo especial predilección por uno de ellos, entre otras cosas, porque es mi amigo. No se pierdan este año esa última fila de la chirigota de Manolito Santander. Van a disfrutar viendo a su caja tocar y moverse. Admiren los finales de los pasodobles o de los estribillos. Puro espectáculo. No le quiero meter presión con esto a mi amigo Emilio López, pero creo que los matices que saben a Cádiz hay que explicarlos para que la gente los saboree.
Hace ya algo más de tres años le dije que ese día Cádiz era menos Cádiz. No pretendía exagerar con aquella afirmación. Y sigo creyendo que no lo hacía, pero sí es verdad que no era consciente de que quien se iba ese día había dejado un legado. Porque dicen que de tal palo tal astilla. No digo más porque me va a echar la bronca, pero sí os pido que disfruten de los matices, se fijen en los buenos cajas de carnaval y cuando lo vean, saboreen el momento.