Siempre me pareció de una complejidad científica grande. Que 15 personas o así -casi 40 en los coros- compartan una misma opinión en forma de letra: un manifiesto, un desgarro coplero expresado con la vehemencia del convencido, del doliente. Es, en inicio, el parecer o el sentir del autor e imagino que siempre habrá discrepantes con lo que se canta en comparsas y chirigotas. Sería saludable. Es físicamente imposible que todos los grupos enteros estén de acuerdo en todas las proclamas. La unanimidad, el consenso, están sobrevalorados. Son deprimentes.
Confío, incluso, en que algún tenor, un bajo, un bandurria, algún verso suelto, no crea siquiera que Cádiz es tan bonito, que crea que es un sitio así, así, normal y que esté loco por ver mundo. Es un ejemplo inventado de lo aburrido que sería que todos se creyeran lo que cantan. Pero cabe pensar, por pura generosidad democrática, que buena parte de los intérpretes comparten cada letra, que coinciden con la crítica o la denuncia del autor. Que la viven como suya.
Si se da por buena esta última premisa, los gaditanos y andaluces afines a esto del Concurso deben empezar a felicitarse. Con enormes abrazos. Mejor, besos (castos). Ya puestos, reverencias (laicas). Porque en apenas 12 meses, quizás en 24, se ha producido uno de los mayores milagros sociológicos que haya visto la Historia de Occidente. Si es cierto que los que cantan comparten las letras a las que dan vida (o muerte, según) resulta que varios cientos de personas, integrantes de decenas de agrupaciones, han visto la luz igualitaria y se han rendido de forma inmediata a la justicia entre géneros.
Hasta hace un año, quizás dos, imagino que muchos de ellos serían tan machistas como casi todos nosotros, como el resto de la sociedad, como casi todos los hogares, gremios y colectivos en esta parte del mundo. Más de 3.000 años de marginación sistemática, de persecución y de discriminación en cada empleo, en cada función familiar y social se han evaporado en apenas 300 días. Siglos de humillación e injusticia han empezado a resolverse en cuestión de meses, parece ser. Porque es la temática más cantada este año. Todo es feminista, todos son feministas, igualitarios, justos, nadie ha conocido una manada ni ha formado parte de ella. Nada se ha mencionado más. Y cabe pensar que las coplas son sinceras. Son populares y ya se sabe que el pueblo nunca se equivoca. Bueno, hasta que empezó a equivocarse hace un siglo y no ha parado. Pero si lo dicen será que lo piensan y lo creen, que no lo lanzan para buscar un premio, para arrancar un aplauso, por una conexión espiritual con un ciberoyente o telespectador extasiado. No creo. Sería la primera vez que alguien canta algo por quedar bien (en todos los sentidos).
Así que sólo cabe alborozarse porque ya no somos machistas. Este año ha quedado proclamado de palabra y sólo falta traspasarlo a la obra. Es el inicio. A partir de ahora, según cantan, las comparsas de mujeres gustarán tanto como las de hombres y, al igual que en las callejeras, los grupos no tendrán más distingo que la creatividad y el talento, sin pamplinas de tonos y voces. Las autorías tendrán firmas de ambos sexos en número similar, al igual que los integrantes, periodistas, técnicos, miembros del jurado… Desde este año, miles de domicilios gaditanos vivirán el prodigio del reparto equitativo de tareas y preocupaciones, todos cuidarán de todos sin que el género del cuidador influya. Las nóminas empatarán, al alza, y los responsables de las empresas, organismos e instituciones serán hombres y mujeres en cifras casi idénticas. Se abolirán las etiquetas sobre suegras, parientas, primas y vecinas. Carmeluchi sólo será un recuerdo. De sus cachas, ni hablamos. Ni hablemos. Las hembras ya serán siempre consideradas, como este año, compañeras válidas y capaces a las que todos los machos venerarán con el respeto de la razón.
Eso de cosificar, que debe de ser una cosa muy fea, desaparecerá progresivamente de la mente de todos los hombres. Al menos, de los que han cantado al feminismo con empatía y solidaridad, con pasión. Y cabe pensar que esos cientos de personas representan a muchos miles (sus familiares, sus compañeros, sus amigos…).