comparsa La trupe, de Madrid.
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Carnaval de Cádiz 2019

De febrero y otras distancias

Quiero aplaudir a esas personas que están tan lejos y sobreviven y se unen, y prenden la hoguera en torno a Momo con el ardor de su ausencia

Por  7:15 h.

Recuerdo que esa noche llegué a casa echando de menos el haberme tomado una copa de más. Supongo que sería un día entre semana, en aquel momento ese era el único método de evadir un día en Madrid: pasar tiempo fuera de casa.

Aquel año nevó en marzo, entrevisté a Alba y a Martínez Ares y puse una chirigota sevillana infame en las ondas de Radio Nacional. Porque así superábamos febrero los que estábamos lejos de casa; imaginando que el estruendo de los coches eran las olas rompiendo contra el espigón.

Encontré a personas que entonaban compases de 3×4, supe de amigos que conocían ciertas letras populares, y comencé a frecuentar una tasca, ya perdida, que se llamaba “El Perro Andaluz”.

 

Allí escuchamos cómo las guitarras se arrancaban por Aragón o El Selu. Tampoco vayas a pedir que en la meseta se sepan muchas coplas más, y cantamos entre lágrimas todos los martes. Levantamos hirviendo el asfalto para quemarnos con la arena. Reventamos bocas de riego para crearnos nuestro mar. Destrozamos panfletos para tirarnos papelillos.

 

Permítanme que hoy no hable del paso por el concurso, porque no soy quien para juzgar qué se merece y qué no se merece pisar las tablas del Falla. Yo, que no soy capaz ni de ir a tempo con los nudillos, envidio hasta al que se adelanta en la entrada con el pito.

 

Hace unos días pisó por allí una agrupación que venía de Madrid. Gran parte de sus componentes eran andaluces, hijos de gaditanos, o gaditanos ellos mismos, que habían tenido que salir fuera. ¿Saben ustedes el frío que hace el Domingo de Piñata en la salida de Atocha? Intentar cerrar las manos se convierte en un infierno mientras intentas aferrarte a las últimas gotas de arena que has destilado entre los bolsillos.

 

¿Saben ustedes el grito desolador que deja febrero en la garganta del que vive entre el glacial y la distancia? Contamos la espera en latitudes y kilómetros, porque hacerlo por crespúsculos arde demasiado.

 

Por eso, advertir un grupo de andaluces cantando desde Madrid, me conmueve. Me conmueve, esté en un escenario o no, porque conozco, porque he vivido, lo que es estar fuera ese tiempo y sentirse desabrigado. Lo que es que se rían de ti, de tus costumbres y de tu acento. Lo que supone rechazo total y absoluto a una fiesta y a un concurso en el que solo existe un viernes y sábado de Final para fletar autobuses con destino a una bacanal de néctar antiséptico por ambrosía. Lo sé, porque he rastreado el calor, y cuantísima combustión aún faltaba, de descubrir una estrella fugaz entonando un estribillo. De enarbolar, con cualquier pasodoble, una bandera de libertad y resistencia para seguir sonriendo entre la zozobra de las vías.

 

No quiero, ni pretendo hoy, debatir sobre del nivel, o el “desnivel”, del concurso. Quiero aplaudir a esas personas que están tan lejos y sobreviven y se unen, y prenden la hoguera en torno a Momo con el ardor de su ausencia. A los que se enrabian y pegan bocaos. A los que han cruzado sus fronteras y se han desgarrado, riendo y llorando, mientras subían de nuevo al tren, con alguna presentación entre sus oídos.

Adivinaos orgullosos del compás y el acento.

Adivinaos en el ladrido de la copla,

A esa llamada, seguiremos siendo legión.

Perros.