Vaya por delante que no soy una gran experta en Carnaval. Simplemente sigo o me intereso por lo que me gusta. Si me hace reír, si me parece buena la música, si me emociona… nada fuera de lo común e importante que no sea lo que pasa por uno mismo. Algo completamente personal. Subjetivo. Reconozco su grandeza cultural, la riqueza histórica de su tradición, el talento cuando lo hay, venga de uno de esos grandes nombres de reconocido y merecido prestigio o esté haciendo un punteo retorciendo su alma en segunda o tercera fila. Me complace su gracia, la ironía, la denuncia bien hecha, y como se ríe uno hasta de su madre si hace falta. La esencia, dicen.
Pero por ese mismo camino va lo que deshecho. Y es la forma de deformar de lo que se presume. Erigirse en lo que tiene que hacer gracia o no abanderando la libertad de expresión porque uno mismo ha decidido, de forma unilateral por cierto, que lo que él hace o dice es lo que se debe hacer o decir. Si lo criticas, si no te cae bien, si consideras que es demagogia facilona o que es una crítica inacertada o irrespestuosa es que tú (no él, tú) careces de sentido del humor, de inteligencia carnavalesca. Eres una siesa que no entiende la fiesta por supuesto porque además (cómo osas…) no has nacido en la Viña u otro de esos grandes templos y que no eres quizá merecedora ni siquiera de comentarla.
Y es aquí donde entran por ejemplo en juego los estereotipos y las generalidades. El recurso es fácil y divertido y hay agrupaciones incluso que lo han convertido con gran habilidad, respeto y destreza en su mejor marca. Olé ellos. Forma parte también de esa batalla de coplas. Puede ser ingenioso, mordaz, irónico, pero puede no serlo. Y no es cuestión de ofendiditos, es cuestión de respetar según que cosas. Por ejemplo cantar a toda garganta que a los policías por lo general se les puede comprar con cocaína y quedarse como si nada, por lo visto es normal. Graciosísimo.
Es como si decimos que a los carnavaleros también les va bastante. O que todos los profesores tratan mal a sus alumnos, o que los médicos se niegan a atender a sus pacientes, o que los periodistas siempre mienten y manipulan todas sus informaciones, o que todos los políticos son corruptos y roban… y así una larga y simplona lista de ‘generalidades graciosísimas’, lanzadas porque sí con una enorme difusión y con las que por supuesto tenemos que reírnos porque, si no lo hacemos, es que no tenemos ni guarra idea de lo que es el Carnaval ni tampoco la broma. Total… ya lo han decidido otros por nosotros.