Una semana de Concurso. Una, más un fin de semana de cantera de regalo. Nueve . Y a día de hoy no nos hemos acostumbrado a un Falla sin Juan Carlos y sin Manolo. Días antes del inicio, el director de la última comparsa del poeta de la Laguna, contaba que no eran necesarios los homenajes ahora que no los puede disfrutar. Otros de su mismo grupo opinaban algo parecido, que lo dejaran en paz y que le cantaran a las cosas relevantes, que precisamente el denostado autor defendía.
Sí, puede ser, están en su derecho de decirlo. Aunque a mí me recuerda -salvando todas las inmundas diferencias- a tiempos cuando te decía qué se debe cantar y qué no. Un lápiz rojo que te subraya lo impropio -según un ente opresor- o lo que es lo mismo un pin que te de bloquea o desbloquea. O lo que es, desde mi punto de vista, peor, quién le puede cantar. Un Pin Capitán Veneno o del Capitán del Submarino Amarillo.
No voy a entrar en letras que más o menos se sientan, porque es imposible cantar y no sentir nada. Desde su familia, amistades, hasta el aficionado que se quedó prendado de sus letras. El que cantó sus coplas mil veces en cien barbacoas o quien no ha sido capaz de escuchar algunas letras del poeta. No. Los sentimientos no se controlan y menos con un pin. El Concurso, ya bastante encorsetado, tiene sus propios mecanismo y se quiera o no, cantar o escribir a los muertos es algo natural y lógico dentro de su historia. Y si lo sacamos fuera del Carnaval, ya Jorge Manrique le cantó a su padre; o Silvio Rodríguez al Che; o Miguel Hernández a Ramón Sijé, con quien tanto quería…
Eso sí, puestos a preferir, mejor en vida. No lo niego. Si hay que ponerle una estrella de la fama del Carnaval a alguien, que se la pongan a autores en vida y que son historia pura de nuestra fiesta, transformada en Cultura.
Afortunadamente, el pin del que hablaba se rompió porque el corazón rompe muros y barreras. Y se hizo desde los más pequeños, infantiles cantándole a Manolo Santander y Juan Carlos, al Catalán, Pepón y todavía esperamos -como es de recibo- que se recuerde a Chari Delgado, Rafael León, Rafael Fernández, José Antonio Cervantes, Antonio Pérez Marsellé o Francisco Sevilla.
En definitiva, el pin solo sirve para censurar más si cabe, lo que se debe hacer y lo que no, es por ello que el Pin Capitán no es ni por asomo un reflejo de nuestra fiesta de la libertad. Y si es por una cuestión de aplauso y puntos, como diría Bustelo en ‘Oye mi canto’ refiriéndose a Cádiz: “Tú solita sopesas, cuál mentira y cuál verdad”. Pues eso, no al Pin, por ‘favox’.