CARNAVAL DE CÁDIZ 2020

Dudo luego insisto

Las certezas me espantan y los convencidos me asustan

Por  8:00 h.

Sólo estoy seguro de que dudar conviene. Me parece. Las certezas me espantan y los convencidos me asustan. Creo. La lealtad me conmueve pero la fidelidad me aburre. Si es inmutable y se refiere a ideas o creencias, directamente me tiro al suelo y comienzo a rezar. Bueno, a tratar de recordar alguna oración de alguna religión vieja o de moda. Si es seguimiento al líder o a la lideresa, local o regional preferente, siempre me parece negocio privado.

 

Desconfío de la gente que nunca cambia de opinión. Aunque a veces, no. Me gustaría conocer más Trapero y menos trapo de principios sólidos y final feliz, para su cuenta corriente. Más Semper y menos ‘yo es que siempre…’. Me dejan en la oscuridad los que dicen llevar la luz y la razón. En el Carnaval, en el colegio, en cada lugar. Temo por los que empuñan al más débil -o a esos espectros incorpóreos de existencia incierta llamados “gente”, “público”, “afición” o “audiencia”- para hacerse fuertes en su ambición particular. Desatiendo a los que siempre dicen lo que les conviene justo cuando les interesa. En este último caso, hablo sólo del 99’89% (según un riguroso estudio recientemente inventado) de los que cantan y escriben para este juguete pegajoso. Sospecho siempre de las adhesiones, también de las quebrantables. No hablemos de las unanimidades. Espanto. Por eso algunos pasodobles me siguen poniendo los vellos de punta. Ya no es euforia ni comunión. Por eso ahora me aferro a la provechosa y benéfica duda, confortable, tibia.

 

Como si estuviéramos en terapia de Alcohólicos Anónimos me levanto y digo con cara muy triste: “Me llamo José y no me gusta na”. Pero la misma incógnita que desvela mis cabezadas viendo el Falla -lo hago por dinero, creo que poco pero hay notables discrepancias al respecto- viene a consolarme pronto. Las preguntas se clavan pero también curan: ¿Seré yo, padre? ¿Será la vejez? ¿Me habré convertido en ese señor mayor al que preguntaba de chaval qué le pareció algo y siempre contestaba que mal, que muy mal? Lo dudo. Eso, también. Me gusta dudar. Me gustan otras cosas. Pocas pero cada vez más. Puede que mis gustos sean similares y hayan cambiado los sabores. O quizás cambié yo. Porque cambiar es necesario y estupendo. O puede que sea que el carnaval comercial, el que trata de hacer legítimo negocio para buscarse la vida se haya apropiado de todo el tablero. No sé. Y me pregunto qué me importan los derechos de retransmisión, el IVA, los comunicados, los fichajes, las altas y las bajas, las sociedades mercantiles, las galas, las batallas de coplas y que una criatura pueda o no cambiar la bañera por la placa-ducha con dinero negro. Yo quiero cuatro cuplés y dos rumbitas, la final del Falla con marisquito, aprenderme tres letras. No sé que es todo lo demás ni me interesa. Casi nunca. Yo no les cuento mis fatigas sociopolíticoeconómicas a esos señores. Qué pesados. Que piensen los reconcentrados y reintensos que los demás recordamos sobre todo las coplas divertidas (por cachondas o emocionantes). Las tristes o románticas las cantamos casi siempre como parodia remediando una pena impostada y teatral como intuímos la suya. Se trata de reírnos de ellos y de nosotros, que luego viene la Cuaresma y aparece otra vox del pueblo, a menudo usando las mismas gargantas.

 

Me pregunto cuándo los presentadores, comentaristas y locutores, los millones que aspiran a serlo enredados en la red de su vanidad, se convirtieron en fin, se empezaron a escuchar tanto a sí mismos, a obcecarse en el espejo. Yo les hacía medios, medio intermediarios, a los de antes y a los del virus que va por cables. Creía que cuanto más discretos e irrelevantes, mejor. Al servicio del asunto. Pero ellos creen ser el asunto o parte del asunto. En esto también falta pausa, selección, sobran contenidos, como en Netflix y HBO tamaño aldeano. Pero no sé. De esto tampoco sé. No soy aficionado de los buenos, ni gadita convencido, ni autor atormentado, ni periodista, ni escritor, ni bloguero, ni tuitero, ni locutor, ni nada. Sólo sé que no soc nada. Sólo me planteo sin seguridad si ese carnaval de unos pocos, convencidos y enfadados, expertos, entendidos, emocionados, excitados, exagerados e invasivos, se ha vuelto hegemónico en mi ciudad contra el criterio del aficionado templado, dubitativo, inaudible, a tiempo parcial, despegado y descastado, que lo coloca entre otra media docena de diversiones y curiosidades efímeras, intercambiables, que lo quiere como se quiere a las tradiciones, con locura pero un ratito al año, que nadie desea feliz año en agosto ni salta brasas en la playa en diciembre. Son los que siguen todo esto en masa pero con una cantidad de interés medida, como en repostería. A los otros, que se multiplican, no les entiendo. Igual no tengo corazón, lo dudo porque no me habrían recetado las pastillas, pero no creo que las coplas sean ninguna revolución, ningún viento imparable de libertad y ningún ajuste de cuentas a los poderosos crueles e insensibles. No creo que ni un solo pasodoble haya conseguido un solo cambio en una sola calle de Cádiz, ni un adoquín roto, desde Cañamaque hasta los Daddy. Ni una sola obra, un solo hecho, demuestra el presunto poder reivindicativo de esa supuesta arma lírica y revolucionaria de un presunto pueblo alzado en palabras. Queda muy bonito en un popurrí, en un argumentario de alcaldesa o alcalde para la enésima entrevista con reverencias, pero esa es su única función. Eso de los dictadores derribados y los políticos asustados por el inminente lanzamiento de una letra desde el Falla es ridículo, infantil, es el orgasmo falso del ejército de onanistas que puebla ensayos, butacas, palcos y pantallas de ordenador. Si lo que se canta tuviera el menor efecto, como canta tanto, Cádiz sería una combinación de Otawa, Berlín, Vitoria y Oslo pero con Levante y solecito. No lo parece, me parece. Hablan demasiado de ellos mismos, de la balsámica potencia curadora de sus letras. Desde hace demasiado… Demasiado cursi to be true, head. Dudo. No tengo pruebas. Relájate. Disfruta. Era para reírnos. La pasión está bien pero dura poco y funciona menos. Apenas hay transgresión ni atrevimiento, ni ganas de cachondeo ni nada. Las pocas que quedan, ya sé con el nombre que me vas a salir, me repugnan. No te gusta nada, José, me digo. No me interesa la cantera más que cuando se me sale el corazón por la boca porque actúa un sobrino, un vecino, un amigo de mi hija. Les adoro y les deseo lo mejor. Adoro que la tradición siga y deseo que no muera pero me tienen que matar para atender la cantera cuando no tengo un interés personal. Disculpas, no volveré a hacerlo. O sí. No valgo un duro, no me gusta nada, creo en nada todopoderoso ni mágico ni racional, quizás en el cine. Bueno, depende del día y la película. Ni en la música.

Creo que se trata de un juego para los interesados (este adjetivo tiene acepciones positivas, también), en el que todo está dirigido a ganar puntos, aplausos, contratos, premios, reconocimiento. Todo. Hablan de industria con todo el desparpajo. Cualquier letra, cualquier recurso, todo retorcimiento vale si consigue ese fin. También las callejeras se mancharon de eso hace mucho. Creo, algunas, puede. Mientras me aclaro, creo que entiendo a Javi Bohórquez. Me recuerda a una anécdota que repite Pérez Reverte (perdón, no me gustan sus últimas 200 novelas y sé que es enemigo del pensamiento único local pero me gustó esa historia como algún artículo, ‘Territorio comanche’ y ‘El maestro de esgrima’).

 

Decía que una vez fue a buscar, junto a otros cámaras, fotógrafos y redactores, a un viejo periodista que había perdido a una hija adolescente en un horrible asesinato. Iban a hacer reportajes y piezas varias. Al acercarse a la casa, el padre de luto apareció con una escopeta de dos cañones y apuntó: “Ya os podéis estar largando todos de aquí, asquerosos”. El grupo se quedó parado y perplejo, se miraban unos a otros, hasta que el más sereno acertó a decir: “¿Pero fulanito, cómo te pones así, cómo nos haces esto, precisamente tú que eres colega, que eres periodista como nosotros?”. El viejo, sin bajar el arma, les gritó: “Por eso estoy dispuesto a disparar, porque sé a lo que venís, sé lo que queréis hacer, yo lo hacía antes”.

 

Los que dudamos y los que pasamos tendemos a estar callados porque no nos preocupa tanto como a ellos. Pero como nos distraigamos, los del grito y los ruidos te convierten un carnaval en un funeral en dos minutos. Los que dura un pasodoble. Creo recordar que hay pruebas. Eso me parece. No sé.