Carli y Subiela.
Carli y Subiela.

Carnaval de Cádiz 2019

De Galán a Brihuega

Carli Brihuega me parece, como me parecía Galán, un asombro de serenidad, de timidez e introversión que le convierte en un extraño bicho en su mundillo

Por  7:30 h.

El medio centenar está aquí. Queda más a la espalda -torcida, herida- que si echas la vista al frente. Es pronto para el síntoma cinemascope que proyecta hechos, desechos y recuerdos lejanos con la nitidez que le falta a lo más reciente. Aún convienen las excusas para hacer memoria y hacerla bien. Javier Osuna, guardés incansable del pasado del cante jondo y del otro en la tierra esta, tuvo el gesto de darme una. Mejor aún, de regalársela a mi padre que sí vive ya cada día en el pretérito perfecto. Fue guitarra de Paco Alba en una agrupación (‘Los fabulistas’, 1969), además de ensayar con otras dos y tener amistad con emblemas de aquella mítica banda como Monzón, Brihuega, López Prats y, sobre todo, Galán (‘Pelón’, en mi casa), aquel hombre de ojos de Paul Newman, ejemplares patillas setenteras y porte imponente, fiel a su apellido. Siempre andaba por allí mientras yo era un niño. Siempre, sin un solo desliz, me pareció amable, bueno y sereno.

 

Esa excusa para el recuerdo es una foto de Juman, recuperada por Osuna para una exposición que ya fue, en la que mi padre ensaya junto a sus compinches en un lúgubre almacén de algún bar irreconocible. A mi padre le hizo recordar hasta las lágrimas, ahora que siempre las tiene a mano. Y, abierta la caja de la memoria, saltan las chispas. Fuimos de una anécdota a otra hasta que llegamos a un hombre que cantó esta noche de sábado en el Falla, por no ponernos nostálgicos y reunir pasado y presente. Resulta que Carli Brihuega -algo así como el Messi de la comparsa en la actualidad, por lo que me dicen, una especie de garganta zurda e infalible que hipnotiza a todos- debutó como comparsista en mi casa. Es literal. Sin matices ni exageraciones. En la primera comparsa juvenil en la que salía (‘7 novias para 7 hermanos’) se quedaron sin local de ensayo ¿Correría el año 80? ¿El 82? No he querido quitarle tiempo a la charla buscando el dato en internet. La cosa es que mi padre y mi tío materno le hacían el repertorio y la dirigían, así que a falta de alternativas se metieron ¡en el saloncito de mi casa!

 

Sin rollo, tal cual, que había que apartar la mesa y las sillas cada día para abrir hueco. Así, cuatro meses a repetir una y otra vez las coplas, las mismas, a parar, corregir y volver a empezar, mientras yo trataba de hacer la tarea, estudiar o ver una película antigua a metro y medio. Lo recordamos con su madre, viuda del Gran Brihuega. Puede que aquel machaque sonoro explique -pese a un efímero entusiasmo por las chirigotas de Aragón, Yuyu, Selu o Noly- mi actual aversión a la copla oficial.

 

Con todo, Carli Brihuega (aunque no sepa valorar lo que canta ni cómo lo canta) me parece, como me parecía Galán, un asombro de serenidad, de timidez e introversión que le convierte en un extraño bicho en su mundillo. Es tan reservado y prudente que dan ganas de abrazarlo cada vez que le ves, sin motivo. Será que le conocí con ocho años, pegando gorgoritos en mi casa, cuando yo tenía diez. Eso une aunque, entonces como ahora, no hayamos pasado del hola y el adiós. No sé cómo le habrá ido en el estreno ni cómo le irá. Sólo sé que, siempre, le deseo lo mejor. Será porque su actitud (y parece que su aptitud) resultan calmantes, infrecuentes en esa olla de egos, cachés, dramas falsos y pataleos. Será por ese recuerdo que tenía olvidado hasta que la foto lo desató. En esta ciudad todos los que pasamos de determinada edad hemos nacido en un lavadero. Los que lo lamentamos y los que lo celebran.