Arrancamos el motor y ponemos rumbo a una nueva aventura de incierto camino, pero por carreteras seguras, con un vehículo llamado opinión con el que afrontar la singladura. Y lo hacemos con una primera sección o tramo -que es más de ‘Cadi Cadi’- con la mirada puesta en el paisaje que dibuja el oleaje, formando una caja de Pandora llena de luces y sombras. Por el retrovisor dejamos los recuerdos de un año cargado de cambios, de problemas, de indecisiones… mientras las pulsaciones van tomando un latido incesante, como los 3×4 picaítos de antes, para anunciarnos la llegada. Y llegó. Noches y noches de eternidad por las cortinas de un antiguo teatro, tan quieto y tan callado, como móvil y siempre evolucionando.
De repente hay que tocar las maderas del escenario, donde ricos y pobres, mujeres y hombres, niños y ancianos, han derramado lágrimas y cantes a iguales partes. Cita obligada con el gallinero. ¿Cómo algo tan incómodo, puede ser lo más cercano al cielo?. Nadie se lo explica, porque con tanta crítica, nos olvidamos de lo importante: las coplas. Y más que escucharlas o verlas, sentirlas. Es imposible en tan corto espacio de tiempo sentir tantos sueños.
La tensión de meses de esfuerzo, el compromiso con el pueblo, los valores del compañero o suspirar por tantos recuerdos. La letra que te llega, la música que te enreda, otro recuerdo, el pianito que no te grita con el eco de un sonoro silencio. Y callas, silbas, te hielas y te levantas del asiento. Como una coctelera que sin darse cuenta agita tus sentimientos en horas, minutos, momentos y, cuando crees que acaba, llega el silencio.
Camerinos de infarto, con sonrisas, abrazos. Gente que sube, nadie que baja, aunque en los pasillos se enzarzan cuplés y pasodobles, que calientan y hacen voces. Viejos amigos, nuevos conocidos. Retumban las gargantas, algunas se rajan y otras que no saben ni cómo se canta. Rajeo de sonanta, punteo sin guitarra. Un cigarrito para la calma, que aunque no se fuma, el humo sale por las ventanas. Un “por dónde va la comparsa”, un “que se me caen las barbas”, un “este año sí, señores” y un “¡mis niñas, ya estamos en casa!”.
Anunciando en sala el corazón y su taquicardia. Se abren las puertas de tela y que sea lo que el dios Momo quiera. Esto es el Falla, el joyero de sentimientos. Y todavía hay quien se queja, de lo largo que es esto, si son solo 32 días y 500 noches de sueños.