Un trío entre los más míticos

Por  7:28 h.

Baco, Saturno y Pan, vaya trío. Estos tres personajes de la mitología pueden ser considerados los tatarabuelos de nuestro Carnaval. Al margen de historias legendarias, los respectivas fastos en su honor guardan ciertas semejanzas con la fiesta gaditana, algunas pintorescas y otras que recuerdan a la trayectoria por la que ha ido pasando esta cita de nuestro calendario.
En las Bacanales se bebía sin medida, cosa que algunos siguen cumpliendo a rajatabla. Las cortapisas por las que pasó en tiempos el Carnaval son compartidas, ya que en el año 186 el Senado romano las prohibió, pero la fiesta era tan popular que no lograron extinguirla. De hecho, fueron los católicos los que terminaron reemplazándola por el propio Carnaval que hoy conocemos, vinculado a la Cuaresma.
Siempre a comienzos de año, en las Saturnales tomaban protagonismo los esclavos, algo que entronca con la raíz antillana del Carnaval gaditano y su carácter igualatorio. En el Falla el pueblo recupera su voz frente a los políticos; en Roma los esclavos cambiaban los papeles con sus amos, y podían criticar sus defectos. Además de letra, le ponían música.
Estas fiestas en honor a Saturno comenzaban con un sacrificio y un banquete en el templo que le habían levantado al pie del Capitolio, la zona más sagrada de Roma. El rito se ha cambiado en Cádiz por el simple sacrificio de ostiones y erizos; eso sí, cercano al Templo de Los Ladrillos Coloraos, el Teatro Falla.
Tan hondo calaron estos eventos que de un único día se ampliaron a tres, y con Calígula (quién si no) a cuatro.  La alegría llegó hasta los siete, en una costumbre popular que las autoridades no lograron mitigar. La Iglesia católica volvió a meerse por medio, e hizo coincidir al Nacimiento de Jesús con esas fechas.
Las Lupercales completan la terna. Situadas a mediados de Febrero, Pan era su protector. Se reunían en la gruta del Lupercal, donde supuestamente la loba amamantó a Rómulo y Remo. Quién se lo diría al Quintero cuando acuñó en su pregón: «Esto es Cádiz, y aquí hay que mamar».
El humor de nuestro Carnaval ya tenía  sus reminiscencias, porque el arranque de la ceremonia incluía una carcajada ritual.  El Papa Gelasio I prohibió y condenó las Lupercales en el año 494. Las quiso cristianizar y las sustituyó, ¿quién lo diría?, por el comercial día de San Valentín.

 

Pan: Lujuria, pitos de caña y gracia
Hay quien identifica el Carnaval con la lujuria. Para ello Pan era el idóneo. Su afición favorita era perseguir a las Ninfas.  También hizo sus pinitos musicales tocando la Siringa, una flauta que recuerda en su materia prima a los pitos de caña. Debía tener gracia, porque Hermes lo rescató para llevárselo al Olimpo, y allí le pusieron su nombre por ser la diversión de todos.

Saturno: Devorador de sus hijos
A Saturno lo conocemos casi todos por el horroroso (no en lo estético, sino en el contenido) cuadro de Goya. Él se empeñaba en devorar a toda su descendencia, para que la sucesión del turno se reservase a sus propios hijos. Alguno podría encontrar ciertas perversas similitudes con la intrahistoria, más que del Carnaval, de las agrupaciones que acuden cada año al Falla.

Baco: Teatro, música y Ninfas
Baco era el dios del teatro, pero no del Falla, sino del arte escénico en general. Su misión consistía en liberar al ser normal y poner fin a las excesivas preocupaciones. En su empeño metía por medio la música (se marcaba sus ‘punteos’ con el arpa). Una Ninfa, Nisa, fue quien le crió, y luego fue atendido por otras mientras descansaba en la montaña donde se encontraba su casa.