El Carnaval de Cádiz es un espejo –a veces deformante, de feria, a veces cristalino– de la realidad que le rodea. Un repaso a su trayectoria permite conocer, casi al detalle, cada acontecimiento que se viviera en la sociedad en el año de cada edición… Incluso de las canceladas o aplazadas.
Esta que vivimos no va a ser menos. Al contrario, va a ser más. Será un Carnaval que nadie va a olvidar. Todos los aficionados, autores, intérpretes, artesanos, vecinos, todos, recordarán qué dejaron de hacer en aquel Carnaval de 2021, el que no se celebró. Probablemente, lamentarán, en mayor o menor grado, la copla que dejaron de escribir y cantar, o escuchar, las actuaciones que se perdieron, los ratos de callejeras que nunca fueron, los encuentros con amigos que no llegaron, los ingresos que jamás se produjeron. Será difícil olvidar, y también recordar sin pesar, el ya célebre ‘no-carnaval’ de 2021.
Eso que los aficionados tienen menos motivo de queja que los adoradores de cualquier otra celebración tradicional española. Los que mueren por su feria o por la Semana Santa, por Sanfermines o por el Rocío van a vivir este año su segunda cancelación consecutiva. Tendrán en el recuerdo dos años sin su fiesta: 2020 y 2021. Sin embargo, los jartibles del Carnaval puede ser –habrá que esperar a la evolución de la enfermedad en la segunda mitad de 2021– que sólo se queden con la mitad de daño, con un año perdido: el presente. Los encajes del calendario festivo quisieron que el Carnaval de 2020 se celebrase completo, su Concurso, su calle, incluso su Carnaval Chiquito hace ahora un año.
De hecho, esa última cita del tercer domingo de chirigotas al aire libre puede considerarse la última gran fiesta multitudinaria celebrada en España antes del imperio de la enfermedad. El postrero domingo de callejeras se vivió el 8 de marzo de 2020. Ese fin de semana se decretaba el confinamiento en el Norte de Italia. El lunes 9 de marzo, las imágenes de las calles, plazas y autopistas desiertas en Milán o Turín crearon por primera vez el efecto de una película de ciencia-ficción en nuestras cabezas. El virus, con corona, aún no recorría las calles de Cádiz porque los contagios aún tardarían pero el miedo era cuestión de horas. El sábado siguiente, 14 de marzo, el Gobierno decretaba el Estado de Alarma, se suspendía la actividad docente, empezaban los cierres comerciales, las limitaciones de movilidad, el teletrabajo, el confinamiento… El resto es una historia que todos tenemos presentes porque sigue en curso. Aquel Carnaval Chiquito fue la última celebración de la vida en común que tendríamos en mucho tiempo.
El silencio
El ‘no-carnaval’ que ha llegado tras un año de pandemia también será un reflejo exacto de una etapa. La sociedad, casi todos los individuos, han cancelado un gran parte de sus vidas. El Concurso del Falla, las decenas de chirigotas callejeras, los disfraces, las cabalgatas, los tablaos, el resto del programa… Todo cancelado. Como los encuentros familiares, la música en directo, la Navidad, los viajes, la Semana Santa, el cine, las vacaciones como las entendíamos, las citas más comunes o el contacto entre seres humanos. Así que el Carnaval es testigo de esta situación. Cuando los historiadores revisen dentro de unas décadas qué pasó aquel 2020 de la famosa pandemia, aquel Carnaval de 2021, encontrarán la parálisis que también es un retrato fiel, exacto de la suspensión de la vida por la confirmación de la fragilidad humana.
No es la primera vez que sucede pero sí la más grave. Si se incluyen las Fiestas Típicas Gaditanas (el carnaval del Franquismo a final de primavera), no se había producido una paralización total desde 1947. La primera suspensión, parcial, fue en 1919, con una situación llamativamente similar a la actual. El doctor en Historia de la Ciencia de la Universidad de Cádiz, Francisco Herrera Rodríguez, publicó en 1996 uno de los mejores trabajos que se han hecho sobre el Cádiz de ese trágico episodio: ‘Incidencia social de la Gripe de 1918-1919 en la ciudad de Cádiz’.
Este trabajo, publicado por la ‘Revista de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias’ resulta asombroso en una lectura en el cotexto de la pandemia vigente, en el Cádiz del siglo XXI, con el Carnaval de fondo. Las coincidencias, con un siglo de diferencia, permiten fijar la trascendencia de la mayor fiesta gaditana como termómetro y testamento de la realidad social de cada época. En la página 462 de esta tesis, de este ensayo de impactante poder pedagógico, Francisco Herrera detalla por primera vez la conexión de la epidemia y el Carnaval: «El Teatro Principal también fue motivo de polémica, ya que la prensa conservadora, entre otras cuestiones reprochó al inspector provincial de sanidad no haber redomendado el cierre del mentado teatro, hecho que reconoce el propio Rodrigo Lavín [el inspector provincial] en el siguiente párrafo: Es cierto, sí que mi plan sanitario de defensa contra la gripe adolece de algunos defectos y entre ellos el que considera como máximo el ‘Diario Conservador, que es no haber informado a su tiempo y en sazón oportuna sobre la necesidad de proceder al cierre del Teatro Principal por motivos sanitarios o impedido su apertura».
Terrible paralelismo
Cualquier lectura rescata los paralelismos que la celebración del Carnaval deja en la historia: la conveniencia de cerrar teatros e impedir concentraciones, los reproches de ciudadanos y medios a las autoridades por hacerlo con retraso o no informar con claridad de la situación… Nada nuevo bajo el sol de febrero, ahora como en 1918.
La tesis de Francisco Herrera ahonda en la celebración del Carnaval como espejo de la situación social, como sucede hoy: «Como vemos, la convivencia diaria por diversas circunstancias (miedo, normas, prohibiciones, lazaretos…) se ve alterada. También el divertimento que en Cádiz tiene un apogeo considerable con el Carnaval, va a tener sus trabas y limitaciones. En el seno del Ayuntamiento se debate, en febrero y marzo de 1919, la suspensión de las citadas fiestas. La lectura de las actas capitulares nos deja entrever que dos razones se barajan en torno a esta decisión: el estado sanitario de la población y sobre todo las huelgas existentes en la ciudad».
Esos dos motivos, coincidentes, forman el argumento del gobernador civil, José Bono, en el bando anulaba el Carnaval de Cádiz de 1919: «Quedan prohibidas en esta ciudad las fiestas de Carnaval al aire libre, el uso de disfraces y de caretas, así de día como de noche, y en general todos aquellos actos que integran los referidos festejos (…) debido a las anormales circunstancias por las que atraviesa la ciudad, así en orden a los intereses sociales como en lo tocante a los de salud pública».
En el texto de Herrera, plagado de documentos de la época, se observan debates tan familiares como el cierre de centros educativos, la conveniencia de limitar los desplazamientos entre ciudades, la posiblidad –muy polémica– de crear barracones en las afueras (Puertas de Tierra) para los infectados… La mayor diferencia estuvo en la falta de avances médicos, de vacunas y fármacos.
Ramón Gómez de la Serna, en su libro ‘Moribundia’, recuerda que el tratamiento más común era ¡el azúcar!: «En algunos cines, en Alemania, durante la pandemia, daban con la entrada siete terrones. El caso era fortificar al enfermo, darle resistencia».
Ignacio Trillo, en su web sobre historia política recoge otros documentos de la época que permiten aclarar las fechas de expansión en aquel precedente: «La pandemia parece que tuvo entrada en esta zona geográfica [provincia de Cádiz] por Gibraltar, propagándose paulatinamente desde Algeciras –donde aparecieron los primeros brotes entre soldados en el verano de 1918–, atravesando las sierras, hasta afectar inclusive a la capital gaditana». El gran pico, la gran ola –por usar terminología actual– se produjo en Cádiz por tanto en el el siguiente invierno a esa entrada de 1918: de enero a marzo, pleno Carnaval.
Esplendor y guerra
La suspensión de 1919 quedaría olvidada al año siguiente. La enfermedad remitió de forma natural, por inmunidad colectiva, y el Carnaval reapareció en 1920 con esplendor. En esos años de convulsión política y breves repúblicas, la fiesta gaditana vive uno de sus mejores periodos, con agrupaciones inolvidables, coplas que han sobrevivido en transmisión oral de los aficionados y autores como Manuel López Cañamaque o un, aún incipiente, José Macías Retes. En 1936 llegó el nuevo golpe.
El Carnaval de ese año se celebró en febrero con notable normalidad, sin prever la desgracia que se avecinaba. El verano siguiente, 18 de agosto, llegó el golpe de estado liderado por el general Francisco Franco que abría tres años de de Guerra Civil. Desde 1937 hasta 1947, el Carnaval estuvo prohibido por decreto de un gobernador llamado Luis Valdés. Alguna copla se cantaba en privado, en lugares cerrados, pero sin más, con luto y miedo. En 1947, la tragedia de la explosión del almacén de minas de San Severiano, con más de cien muertos, llevó tal tristeza a la ciudad de Cádiz que otro gobernador, Carlos Rodríguez de Valcárcel, accedió a las peticiones de varios coristas encabezados por Macías Retes. Primero se permitieron varias actuaciones veraniegas, a modo de galas, pero calaron con tanta fuerza que se afianzaron como cita anual.
Con todo tipo de corsés, censuras y limitaciones, la fiesta se fue levantando y veinte años después ya eran algo muy similar a lo que se conocería hasta el último tercio del siglo XX (hasta la aparición de la televisión, el turismo masivo y, al cabo, internet). Creció el Concurso, apareció la leyenda de Paco Alba y la comparsa, luego los grandes autores, el nacimiento del cuarteto (1973), sin pausas por guerras ni enfermedades.
Aunque sí con un cambio esencial. En 1976 se celebran las últimas Fiestas Típicas. Con la muerte de Franco, el otoño anterior, y la Transición, el Carnaval soltaba sus ataduras y regresaba a febrero. El coro que fuera ‘Los dedócratas’ y ‘La Guillotina’, lleno de jóvenes estudiantes que luego serían esenciales como autores y promotores de la explosión de las chirigotas callejeras, celebra incluso un entierro público de las Fiestas Típicas. El coro resucita, la chirigota explota en 1982 con el fenómeno de ‘Los cruzados mágicos’, la primera chirigota moderna. Entre 1986 y 1988 aparece el germen de las callejeras, los primeros grupos que no concursan, entonces eran dos o tres, ahora son centenares. ‘Los buscaoros’, ‘Los morasos de la sultana de coco’, ‘Los secuestradores de la pequeña Melody’, ‘Autopista hacia Benalup’…
En 1981, se retransmitió por primera vez a escala regional, por televisión, la Gran Final del Concurso de Agrupaciones. Ni el amago de golpe de estado de Tejero, el 23 de febrero de aquel año, interrumpió las sesiones. Tras ocho años con RTVE (a través del circuito regional de Telesur) llegó Canal Sur y la difusión masiva, la exportación. La aparición de una nueva generación de autores (García Cossío, Martínez Ares, Juan Carlos Aragón…) hace saltar todas las fronteras. Grandes estrellas, de Cantinflas a Sabina, de Alejandro Sanz a Rocío Jurado, protagonizan pregones. En Cádiz, la chirigota callejera se afianza, deslumbra, se multiplica y provoca una participación de la mujer –de forma natural, sin anuncios ni gestos– desconocida en la fiesta hasta entonces, desconocida aún en el Concurso. Actualmente es casi mayoritaria respecto al hombre.
El Carnaval crece, brilla, apasiona, gana adeptos en todas partes, pare imparable. Hasta que paró. En marzo de 2020 y hasta febrero de 2021, como todo, por un virus microscópico. Así de pequeñas, de frágiles, son hasta las grandes fiestas.