Pepi Mayo, alta costura del Carnaval

Por  9:39 h.

Ahora que cada vez abunda el prêt-a-porter en los disfraces carnavalescos, será hora de reivindicar la autogestión en la costura de don Carnal, o el trabajo de los talleres tradicionales, como el de José Berenguer autoexiliado en Vejer, el del sastre viñero Manolo Torre, el de Angelita Conde o el de Josefa Mayo Rivero, alias Pepi Mayo, que durante tres décadas y media regentó el comercio que sigue llevando su nombre en la calle Libertad.
Su nombre ha inspirado cuartetas de las agrupaciones, dichos populares  –«más falsas que unas pistolas de Pepi Mayo»—e incluso un misterioso heterónimo, el de Mari Pepa Marzo, que concede cada año las agujas de oro que institucionalizó Canal Sur para premiar, con ello, la originalidad de los trajes que se lucen o que debieran lucirse sobre el escenario del Gran Teatro Falla durante el concurso de agrupaciones.
Tanto esos talleres como otros pequeños comercios –Pepe Angel González acaba de abrir una tienda en la calle Rosario—luchan contra la competencia descomunal de las grandes superficies y de las franquicias que cada vez más llenan las calles gaditanas y de otros lugares con vikingos y mosqueteros de serie, piratas de cartón piedra y animales de granja de todas las hechuras. Ella es, en cambio, la chuleta frente a la hamburguesa, la gamba blanca frente a los sucedáneos de cangrejo, la autenticidad en la guerra de los clones.
El mostrador de Pepi Mayo no sólo despacha caretas y disfraces sino juguetes de toda suerte o trajes de faralaes llegado el caso.
Pero fue el Carnaval de nuestra tierra quien marcó su estilo y de sus probadores salió toda una alta costura de esta fiesta, en donde la originalidad en los atuendos siempre nos salvó del mamarracho oportunista o del vacuo exhibicionismo veneciano al que nos acostumbraron algunos.
En un tiempo marcado por la extravagancia y por la ordinariez, ella fue algo así como un Dior de andar por casa, una pasarela en la que siempre fue bella la arruga y audaz el concepto.
Y aunque hay quien piensa que su prestigio se encuentra actualmente sobredimensionado y que su fama ha oscurecido la de otros creadores del diseño de las carnestolendas, no cabe duda que más allá de los nombres de reconocidos autores e intérpretes carnavalescos, ella constituye uno de los santos y señas sustanciales de esta ciudad, un honor que comparte fundamentalmente con algunos bares, futbolistas y cantantes.
Ella simboliza la cara y la careta de estas calles, la vestimenta de la mueca, la máscara del gesto, la seda que viste a la mona, el hábito que hace al monje.
No hace falta que pronuncie pregón alguno, como ahora pretende una plataforma dedicada a promover su candidatura para tal fin: cada disfraz suyo, desde hace la friolera de treinta y cinco años, va pregonando la identidad festiva de una ciudad como Cádiz en donde la estética siempre tuvo fama de ser hija predilecta. Aunque del dicho al hecho, vayan muchas puntadas de por medio.