Paloma García suero, cuento de carnaval

Paseando por la fama

Por  12:19 h.

Erase una vez el Carnaval y una niña de la plaza de Candelaria que lo mismo servía para un roto que para un descosido. Se llama Paloma García Suero y, en los últimos años, igual se ha dejado ver como pajesa de los Reyes Magos que como regidora del acto de proclamación de diosas y ninfas, infantiles o juveniles, que empiezan a ser suyas no más concluye la caravana de antiguos descapotables que recorre las calles del centro como si de nuevo –ningún PGOU lo quiera—hubieran dejado de ser peatonales.
Allí, sobre el escenario enorme de la Plaza de San Antonio, bajo su mirada de elfo, sucede un desfile de trajes con aires de cabaret imposible: quizá ayude a ello el hecho de que ella lleva años gestionando el Pay-Pay desde que volvió a abrir bajo tutela municipal y dejó de ser una casa de lenocinio para convertirse en guarida de cuentacuentos y cantautores; cuando no sirve de refugio a drags gaditanas como La Bella Tatoo o local de ensayo para agrupaciones.
Regidora de un reino fugaz, Paloma García orquesta un espectáculo para los ojos críticos pero indolentes de una ciudad indolente a pesar de ser crítica. No está sola, desde luego, pues a su alrededor y no más concluyen las fiestas navideñas, aflora un venteveo de sastres, funcionarios y empleados municipales, a los que suele sumarse, en la hora de la verdad, la voz soprano de Mariló Maye, como si de repente volviese a transmitir el concurso del Gran Teatro Falla para la cadena Cope.
Este año, Paloma asumió además la puesta en escena del pregón de José Luis García Cossío, alias Selu, con la Sonora Big Band cubriéndole las espaldas y llevando de contrabando las melodías de don Carnal hacia el reino remoto del be-bop.
Y lo mismo hará hoy con la cabalgata del Dios Momo, cuando la tradición dice que se entierra la sardina pero no es verdad, porque Cádiz y la provincia seguirán siendo, durante mucho tiempo aún y a pesar de internarnos en el terreno prohibido de la Cuaresma cristiana, un carrusel sin fin, una cabalgata del humor llena de tipos que ya no constituyen tan sólo una tradición sino que empieza a ser una suerte de empleo comunitario en tiempos de crisis, de paro y de números rojos.
Ella sigue relatando cuentos con su voz disney, su envergadura efímera y sus ojos de campanilla. No siempre en el Carnaval son posibles los finales felices y en vez de perdices hay quien no se come un rosco en el reparto de los premios y también en el favor del público.
Pero, para un puñado de hombres y mujeres que cada año suelen cambiar, ella hace las veces de hada madrina, que lo mismo resuelve un decorado que cronometra el tiempo necesario para que un pregonero se cambie seis veces de indumentaria sin que el silencio empiece a gritar en San Antonio.
Quizá hace mucho tiempo ella quiso llegar a ser actriz. Pero en realidad, lo sigue siendo. Sólo que asume numerosos papeles, incluyendo el de apuntadora. Y sólo que el teatro es un mundo complicado y abierto al que llamamos Cádiz. Erase que se era.