Miguel Villanueva, el soviet supremo del Carnaval

Por  10:53 h.

Se pasea por Cádiz, durante estos días, con una gorra de plato que tuvo que mercar a buen precio en uno de esos buquescuelas de la antigua Armada soviética que llegaba a puerto más canina que los tiburones de las películas de piratas. Quizá sea un homenaje a su pasado izquierdista o un símbolo del soviet supremo del Carnaval, que él encarna desde el pasado año como presidente de la Asociación de Autores, que ya tituló entre 1987 y 1991. En cualquier caso, es una forma prudente de vestirse de mamarracho, como a él le gusta hacer cada martes de Carnaval con motivo de la proclamación y quema del Dios Momo.
Confiesa sin duda que ha vivido la fiesta desde la primera línea del coro de Los Dedócratas al que puso música Fernando Galván en 1977, hasta la presidencia del jurado del Falla o como comisario del Congreso Gaditano del Carnaval. Profesor del colegio San Felipe Neri y miembro como medio Cádiz del Ateneo Artístico, Científico y Literario de Cádiz donde ejerce como vocal de ‘Tertulias de folclore’ y de los ‘Debates políticamente incorrectos., estuvo siempre al borde de la vida y casi al borde de la muerte. Y es que, años atrás, sufrió un accidente de tráfico que le dejó postrado en cama durante seis meses, durante los cuales aprovechó para escribir un exhaustivo ensayo con un título disfrazado de bandera tricolor: El Carnaval de Cádiz durante la Segunda República (1931-1936). En una fiesta tradicionalmente ágrafa como esta, sorprende su promiscuidad libresca, como demuestran sus libros ‘Guía de autores del Carnaval de Cádiz’ y ‘Porque el pueblo lo quiere’, editado en su día para sufragar los gastos del busto erigido a Paco Alba en La Caleta, aunque se ignora si algún lector indignado le quitó parte de la nariz de falsa piedra a la escultura de Nando Salido.
Lo cierto es que guarda todavía un cierto aire de clandestinidad, de solapas subidas de la gabardina de las viejas prohibiciones, cuando se acerca cómplice y susurra: «Ya no se escriben cuartetas con ideología». Y esboza a la vez, como si fuera Umberto Eco, una semiótica del Carnaval de andar por casa: «Hay una diferencia entre las coplas y la copla. Las coplas siempre viajan de abajo hacia arriba, salen del pueblo. La copla suele salir de arriba, de la burguesía, de los intelectuales, y asumirla el pueblo llano», explica didácticamente a quien quiera escucharle. Villanueva sabe de lo que habla: a fin de cuentas, él proviene del mundo de los libros pero ama la calle como un tuno. Y, en cualquier caso, le tocó defender y ganar una batalla carnavalesca de primer orden cuando en el umbral de los 90 logró que el concurso de agrupaciones volviera al Falla, tras la rehabilitación del teatro y a pesar de las voces que pretendían reservarlo para espectáculos de elite. .
En gran medida, Villanueva ha asumido el papel de la SGAE del Carnaval, una especie de paladín de los autores y, en gran medida, de las agrupaciones cuyos repertorios interpretan: más de trescientos socios, que de ser militantes de partido le convertirían sin duda en uno de los mayores líderes políticos de la provincia. Quizá por ello lleve esa gorra de plato que viene de puta madre para capear los chaparrones.