Decía en la columna de hace un par de días que, seguramente, ésta ha sido, por la calidad de las agrupaciones, la mejor edición de cuantas yo he conocido del concurso; por supuesto, siempre a partir de mi gusto personal, que aunque es algo que no debería hacer falta decir, siempre es bueno recordarlo; puesto que siempre hay alguien que cree que uno está imponiendo a los demás sus predilecciones; y nada más lejos de la realidad: lo que a mí me guste no tiene por qué ser lo mismo que lo que le guste a mi vecina del quinto. Otra cosa, además, es que esa calidad de la que hablo es siempre relativa; es decir, que dentro de lo que hay, que casi todo es más de lo mismo y que la evolución sólo se nota en la forma de hacer las músicas de pasodobles: largas algunas hasta lo indecible, pues ha habido agrupaciones que se han superado a sí mismas. Sin embargo, ¿cuántos popurrís resisten la prueba de ser escuchados tres veces? ¿A cuántos coros se les pediría en la calle que cantaran el popurrí? Pues el de Los hombres del mar, cualquier aficionado lo ha escuchado quinientas veces y lo sigue disfrutando cada vez que lo escucha.
Solemos decir, cuando un jurado se enfrenta a un plantel de concursantes de calidad y tiene que elegir uno, que la cosa la tiene complicada; sin embargo, yo creo que es más difícil cuando los concursantes son malos: elegir la más bonita entre diez caras guapas, es más fácil que hacerlo entre diez feas. Por eso creo que este año, que el Jurado lo tenía más fácil, es cuando más se ha equivocado. Cualquier combinación que se hubiera hecho (aunque fuera a pelú) para sacar tres finalistas en coros comparsas y chirigotas, hubiera resultado más aceptable que la combinación elegida por el jurado después de dos pases por el escenario. Y luego, no contento con eso, al dar los premios se vuelve a equivocar; Y ojo que hablo de equivocación: nunca, mientras carezca de pruebas, hablaría de mafias, como es la costumbre en Cádiz. Si cada uno de nosotros escogiera a cinco personas para que eligiera a tres finalistas por modalidad, nos saldrían cinco finales distintas; por eso, cuando un resultado no se corresponde con lo que esperábamos, no deberíamos ir por ahí viendo visiones y encontrando demonios donde no existen. Lo que es fácil que haya es torpeza más que mala leche. Por eso mantengo que los candidatos a jurados deberían pasar por una pequeña prueba consistente en leer un texto y después explicar qué es lo que se ha leído.
Y con respecto al modelo de puntuación, yo soy partidario de negociar (o rectificar) una vez obtenida la suma de los puntos. Porque puede que, al ser tres miembros los que puntúan y no saber cada uno lo que otorgan los demás, se podrían dar sorpresas desagradables; por eso no es malo que después de la suma se intentara eliminar cualquier desaguisado que se hubiera producido. Eso, en sí mismo, no es malo; lo que pasa es que somos como somos, y cuando eso se hacía así, siempre había un mamarracho que increpaba: «Pues si tú metes a tu chirigota, meto yo a mi coro». Pero yo creo que eso ocurría cuando los presidentes del Jurado eran tan mamarrachos como los vocales; pero eso ahora no debería darse.
Mañana será otro día.
Los premios
El duque del guano
Por Paco Rosado , 0:00 h.